Como es normal, en las Casas de Reposo no se requiere de nadie, mucho menos de visitas. Mucho menos durante la noche que es infinita y cóncava. Además que los auxiliares de geriatría duermen unos contra otros en el cuarto de la ropa sucia. Pero esta vez, solo esta vez, un cronista de guerra armado hasta los dientes, resbala por el tejado y cae en el pabellón B.
Usted no se imagina, señor cronista, dice la auxiliar metida en un mandil de monja y botines de loca, mírelo, mírelo, si no lo ataba se iba de mentón.
Estas grageas azules son más efectivas que una bomba. La auxiliar recorre el dormitorio como a través de gallinero repartiendo grageas. Los ancianos, desde luego, no se comportan como gallinas. La mayoría ni se mueven. Los que gritan no logran atar una simple frase. Pocos lo pueden.
Allí, mírelo, hay uno que habla perfecto, como si le hubieran dado lengua nueva. No me han cambiado de pañal en dos días, señor cronista, en dos días. Todo apesta, empezando por la mortecina luz. Las miradas son vidriosas. Los rostros, calaveras boqueando. El solo miedo visible es el del vértigo. Para los ancianos el dormitorio es el infierno en forma de nave que gira y ellos, si no están atados, se van de cara al piso. Y eso es lo que ocurre, porque la auxiliar no puede con todos : unos caen al piso, reptan, gatean, gimen, sollozan o se duermen como ajados bebés sobre los charcos de orina y mierda y sangre y esa vibración de la ciudad enloquecida.
Los únicos tranquilos son aquellos que con las uñas, con la quijada, llegan a la muerte. No se imagina, dice la auxiliar, viendo a la cámara y casi mordiendo el micrófono, no se imagina, en los primeros días, mejor dicho en las primeras noches, yo lloraba sin consuelo. No solo de asco y de miedo sino de pena. Asco de este hedor, de este charco de porquerías. Miedo de las caídas, los gemidos, el chasquido de los cuerpos reptantes, de las palabras moribundas enredándose en el aire, miedo de la muerte que juega con estos abuelitos. Y pena, mucha pena de mis hijos, allá en la patria, dedicados al rock metálico y la droga.
* Huilo Ruales Hualca, Narrador, poeta, cronista, dramaturgo. Dirige talleres literarios en Francia y Ecuador. En pocos días dictará un taller en Quito. (rh.positivo@free.fr)