Amaury Martínez luce más cómodo cuando es él quien toma la cámara y dispara. Cuando ocurre lo contrario y es a él a quien fotografían (como, inevitablemente, ocurrió en la sesión fotográfica para este Diario) muestra una mirada desprotegida propia de quien sospecha que no tiene el control del momento.
Acaba de presentar, en la Feria Internacional del Libro de Guayaquil, su primer libro fotográfico que, tras varias tentativas de nombre, terminó llamándose ‘El Circo’. Fue editado por el ConsejoNacional de Cultura. Desde el 2008 hasta el 2011, Martínez (Guayaquil, 1971) recorrió circos pueblerinos de Los Ríos, Santa Elena, Guayas y El Oro. Se introdujo en los coretos (el espacio que en los circos se destina para que los artistas se arreglen) y retrató a malabaristas, payasos, capataces, equilibristas , contorsionistas y a los dueños de los circos.
“Para mí la cámara es el pretexto ideal, una máscara para acercarme a la gente y conocer historias como estas del mundo circense. De otra manera no podría porque no soy extrovertido”, acepta Martínez, de 40 años y ganador en el 2010 del Primer Premio en la categoría Fotografía del Festival de Artes al Aire Libre del Municipio.
En las 100 fotografías, los protagonistas son los mismos personajes y sus distintas miradas. A Martínez le interesa mucho la relación visual que se establece entre él, la cámara y el personaje.
Hay, en el libro, miradas agresivas, tiernas, alegres, tímidas, distendidas, angustiadas (los artistas de circo nunca saben si el público asistirá a las funciones). Y, a medida que uno pasa las páginas , todo eso se convierte en una suerte de collage de estados de ánimo.
En un plano menos importante -sin caer en el costumbrismo exagerado- aparece el precario ambiente que rodea a estos seres.
Es entonces cuando el arroz con menestra en tarrina, el papel higiénico a medio terminar, la plancha colocada sobre el televisor o los calzoncillos guindados en un cordel no son quitados del cuadro. Más bien, son aprovechados dentro de la composición.
“Yo trabajo con la realidad y eso me obliga a no intervenirla, a no alterarla”, dice Martínez, quien trabaja como fotógrafo en las revistas Mundo Diners y SoHo.
En un principio, el proyecto lo pensó en color. Sin embargo, después descubrió que el mundo circense “no es tan colorido ni alegre como aparenta ser”. Descubrió, entre otras cosas, la sonrisa falsa del payaso: alegre en escena pero angustiado tras bastidores por sus necesidades económicas.
En ese momento supo que, para transmitir mejor las emociones, lo mejor era concebir las fotografías con la estética de blanco y negro con la que viene trabajando hace un buen tiempo.
Martínez se autodenomina fotógrafo documental. La razón la explica él mismo: “La fotografía de prensa está hecha para los contemporáneos. La fotografía documental es fabricada en nombre de la posteridad, y yo pienso en ella. Después de 20 años quizás no existan los circos, pero quedará este libro”, pronostica.
Bertha Díaz, en el prólogo del libro, coincide en que el trabajo de Martínez funciona como “consolidación de una memoria”.
Con el surgimiento de maneras de diversión más modernas, el tradicional mundo de los circos corre el riesgo de esfumarse.
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