La Cachirula, toda VIP, le muestra sus senos metálicos y su roja sonrisa al estrabismo cuádruple del Cacho-Loko, quien, desde el lienzo y tras su antifaz, mira como vagan en un desfile de colores desmesurados y formas grotescas otros personajes creados por Wilson Paccha, el ‘Licenciado’.
El carnaval de pinturas y ensamblajes, que es la muestra titulada ‘Tronchas de Narnia’, se vive desde esta noche en Ileana Viteri Galería de arte. Aunque en la retina y en el pincel de Paccha ya vienen atentando desde hace rato. Quizás desde que falló a propósito el examen de matemáticas y no entró en la Politécnica, para hacerle caso a un ‘feeling’ infantil por el dibujo y no quedarse picado. Entre el ocio y los cursos de artes a los que asistió“solo por bacán”, se fue encarrilando.
La arquitectura y las ‘bandolas’ de hippies -a las que nunca ha sido afín- de la Facultad de Artes de la Central también bombardearon su imaginario y ahí se quedó“de puro snob”. “Si te metes, intenta acabar”, solo eso le dijo su papá, a quien le acolitaba en la panadería que regentaba. Y Paccha aprendió de cromática, de dibujo y de modelado, hasta convertirlos en disparate y diversión.
Sin romance alguno con las técnicas y los temas sociales que se imponen en la tradición pictórica del país; el ‘Licenciado’ iba a las exposiciones por farándula y par tragos. Pero en la retina ya se imprimían cositas. En esa andadura nocturna le advino la simpatía por la obra de Jorge Velarde, de Marcelo Aguirre, de Luigi Stornaiolo. “Con Luigi hay bastante ‘feeling”, dice y habla de sus ‘cuates’: porno-poetas, artistas traviesos y alguno que también le hace contrapunto. Eso sí, es muy claro al identificar a “gogoteritos bluseros” y a “intelectualoides sin cerebro”.
Que le gustan el alcohol, las mujeres y bacilar por la calle son cosas suyas; pero cuando descuida el trabajo, para y vuelve de Guápulo al Comité del Pueblo, barrio popular que es su origen y donde le espera su taller. Ahí se mete soles y lunas para batallar con el acrílico, el lienzo y la alucinación.
Pústulas humeantes, cual chimeneas o volcanes, y la tetilla triple son firmas en la pintura del ‘Licenciado’, que a sus 40 años (“40 latas”, dice él) sigue evadiendo toda pretensión de artista romántico, de ‘cientista’ envuelto en gases intelectuales, de creador inspirado por musas y resuelto en discursos o procesos. Esa movida le “cabrea”. Él va a la pintura de una, entrador y chance sabido, con los rezagos de la juerga, el fraseo de jerigonza y las ficciones que le suelta el “patear calle”.
El gesto de su pintura va y viene entre lo lúdico y lo violento, es explosivo. Las tensiones en su obra van desde el soporte elegido, hasta las maneras caricaturescas o hiperrealistas en las que resuelve las formas o la deformidad. Como evidencia de lo pantagruélico en su obra, cabe una relación desproporcionada en los cuerpos de mutantes, bestias, personas, adefesios. Todo se vuelve material en sus manos, sea juguete o lavabo. Y desde su horizonte visual, se abre a lo perverso y a lo kitsch, con humor, humor, humor.
Con ese mismo humor, el artista vuelca parte de su trabajo sobre sí mismo: Wilson Paccha crea y recrea a Wilson Paccha en autorretratos guiados por la hipérbole. ¿Un caso de vanidad? Seguro que sí. “Desde peladito era vanidoso”, confiesa y enumera los accesorios que se compraba para ‘adornarse’, ropa, gafas, perfumes, crema de manos, menticol… Vanidad, pero también una puerta para la discusión de la representación y la reproducción, de la expropiación de la imagen. Una reflexión que también puede llegar desde la presencia de la máscara.
En algunos cuadros se muestra un travestismo en los sujetos, ya sea como transposición de sexos o como mixtura de hombre y máquina, de hombre y bestia. Esto responde, según el caso, a una búsqueda estética de provocación, a su eficacia como recurso visual o a un interés temático, conceptual o narrativo. En contravía de la lírica, Paccha antes que a la plasmación de contemplaciones se entrega a la necesidad del cuentero, a la narración de historias, en su caso visuales. Pero él no sigue el orden lineal o canónico del discurso, pues la jerga retuerce su sintaxis: lo que sería diente es colmillo, lo que sería humano es animalidad.
La mujer, la mujer siempre. En el ‘Licenciado’ no es la musa, sino el cuerpo, la piel. Cuando niño, Paccha ya era travieso con ellas y ahora, en sus pinturas, aparecen voluptuosas, lúbricas, tentadoras. Basta ver la serie de Chicas Feisbuk para hallarlas, llenas de sensualidad, dentro de un cielo rodeado de ornamentos coloridos.
Las piezas expuestas en la galería de Ileana Viteri dejan ver esto y mucho, mucho más: las historias, los detalles ocultos, la ambigüedad, el carnaval de Paccha, un viaje a los confines de Narnia, para andar por sus calles y al momento que pase alguna atractiva señorita soltarle, con el desparpajo y la jerga, un “ve, essha troncha…”. Con la misma alucinación, intensidad e incorrección política del ‘Licenciado’.