En la comunidad de Wentaro respiran un equivalente a cinco cajetillas de tabaco al cocinar con leña. Foto: Paúl Rivas / EL COMERCIO
Para el 2050, el 90% de la población en Latinoamérica vivirá en las ciudades. Preocupados por brindar mejores condiciones de vida y sustentabilidad a un segmento que crece rápida y desordenadamente, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) coordina este año la conferencia mundial Hábitat III, donde se elabora una guía para conseguir ciudades sostenibles. Pero, ¿dónde está el papel que juegan las áreas rurales?
“Las ciudad y el campo son las dos caras de una misma moneda. La una no existe sin la otra”, dice Pamela Olmedo, investigadora en temas urbanos. Cuando se habla de ciudades sostenibles es necesario hablar sobre desarrollo rural.
De acuerdo con Joan Clos, director de ONU-Hábitat, no se puede frenar el crecimiento de la población urbana. No obstante, admite que existe una conexión entre el campo y la ciudad.
La dependencia de lo urbano con lo rural es evidente en la agricultura. En Ecuador, según Hugo Dután, gerente del Programa Buen Vivir Rural, aproximadamente el 60% de lo que consume el mercado local se produce por medio de la agricultura familiar. Asimismo, entre el 60% y 64% de las exportaciones de cacao y café proviene de las chacras.
En esta semana, ONU-Hábitat habló en Nueva York, EE.UU., sobre la posibilidad de impulsar la agricultura urbana como una solución para garantizar la seguridad alimentaria. Sin embargo, los expertos concluyeron que el cultivo de verduras de buena calidad en las ciudades no bastaría para alimentar a estas poblaciones.
Otra conexión explícita es el agua de los ríos que moja las orillas de las ciudades y las del campo. Las aguas residuales de los centros urbanos que contaminan los ríos no solo afectan a las poblaciones rurales sino que además regresan a los ciudadanos cuando estos consumen los vegetales que han sido regados con el agua de esas mismas fuentes. Andrea Encalada, ecóloga de ríos, dice que esta realidad es común en los afluentes y poblaciones del Ecuador.
Las industrias mineras, textiles, petroleras, entre otras, realizan sus actividades cerca de poblaciones rurales, las cuales sufren un deterioro en su salud debido a la contaminación. Tal fue el caso de la polución causada por la minería ilegal en Madre de Dios, Perú, la cual fue noticia el mes de mayo de este año. Según El Comercio de Perú, las personas de los diferentes poblados de esta región presentaban niveles de mercurio en su organismo por encima de los límites máximos permisibles.
Al menos 21 millones de personas en las zonas rurales de América Latina y el Caribe -una población superior a la total de Ecuador- no tienen acceso al agua potable. Así lo informó esta semana el Banco de Desarrollo de América Latina.
La población de las ciudades crece, y una de las razones es porque los campesinos buscan en ellas lo que no encuentran en sus tierras. En Ecuador son más de cinco millones de personas que viven en áreas rurales y no tienen el 59,8% de sus necesidades básica cubiertas, según la Unicef.
De acuerdo con la misma fuente, el 2014 1,2 millones de personas (la mitad de la población de Quito) no disponían de un servicio adecuado para eliminar sus heces. Y en un 54,1% del área rural no pasaba el camión de la basura, de acuerdo con el Ministerio del Ambiente.
Así ocurre en las profundidades de la Amazonía, la región más pobre del país, donde la basura es un ser inerte más. Latas de atún, lápices, papeles de caramelos y botellas de plástico trazan el camino hacia la comunidad waorani de Wentaro, en la provincia de Orellana.
Las madres, los niños y ancianos son víctimas del humo que se genera por quemar leña u hojarasca para cocinar. A más de 10 horas de Coca, resulta difícil obtener gas. En efecto, cada año millones de personas en el mundo mueren prematuramente por enfermedades atribuidas a la quema de madera para cocinar, según un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) publicado este año.
El desarrollo urbano es difícil sin el progreso de su contraparte. “El área rural es un semillero de ideas para el crecimiento y desarrollo de nuestras ciudades. Esto es particularmente importante cuando hablamos de soberanía alimentaria, de tecnologías agrícolas”, concluye la investigadora Olmedo.