Para los quiteños jóvenes, ese magnífico edificio de fachada neoclásica ubicado en La Alameda no pasa de ser uno más de los inmuebles que se alinean en la av. Colombia, de frente al centenario parque.
Para quienes ya tienen algunas décadas encima, en cambio, esta icónica edificación levantada en 1908 forma parte de sus vivencias; es un libro de ladrillo y revoque blanco que registra, por lo menos, 50 años de la historia de la capital.
Junto a otros cines y teatros igual de populares como el Bolívar, Pichincha, Variedades, Alhambra o Atahualpa cimentaron el gusto por el séptimo arte en la ciudad. Y eran parte de las pocas distracciones masivas que tenían los nacidos en esta tierra equinoccial.
Lastimosamente, la explosiva irrupción de los centros comerciales y sus cines de avanzada terminó por arrinconarlos y, luego, sepultarlos.
En ese estado se encontraba -en el 2008- esta edificación diseñada por el italiano Giacomo Radiconcini como vivienda para la familia Samaniego y transmutada en 1937 en el Teatro Cadena, bautizado después como Teatro Capitol. Hasta la iglesia evangélica que funcionó en sus instalaciones por un buen lapso se marchó intempestivamente.
Entonces, el Municipio adquirió el inmueble y pensó en su rehabilitación integral, explica Franklin Cárdenas, jefe de obras del Instituto Metropolitano de Patrimonio (IMP).
“La idea era transformarlo en un teatro de primera categoría, no de voz como el Sucre (apto para grandes sinfónicas), pero lo suficientemente amplio para recibir grupos musicales importantes y obras teatrales de esa misma magnitud”.
Luego de la aprobación del proyecto por la Comisión de Áreas Históricas del Municipio, los trabajos empezaron en abril 2013. El flamante teatro se inauguró oficialmente el lunes.
En su recuperación trabajaron 250 personas, entre ellos 20 técnicos y la inversión fue de USD 3 030 051,22. El aforo es de 850 butacas, divididas en cuatro niveles (platea, dos niveles de palcos y galerías).
La intervención arquitectónica tuvo una orientación definida: cambiar la isóptica (visibilidad óptima) y la acústica que tenían como eje la gran pantalla de proyección -una de las más grandes de Quito- por una isóptica centrada en una caja escénica de 400 m2, incluidas las áreas de tramoya (nueva), la fosa para músicos y dos elementos laterales tipo pasillo llamados ‘hombros’.
Esta misma determinante de diseño fue la que cambió la forma de los palcos, explica Cárdenas. Antes, los espectadores tenían que virarse para ver la película porque eran corredores laterales; ahora los palcos son frontales, para una perfecta apreciación de lo que sucede en el escenario.
Las tareas se complementaron con la implementación de sistemas contemporáneos de iluminación, sonido y seguridad. Las paredes se revistieron con paneles fonoabsorbentes para mejorar la acústica. Se instaló una plataforma móvil con sistema mecánico para adecuar el teatro a los eventos programados. Se crearon dos cabinas de control, camerinos, bodega, baterías sanitarias y sistemas contraincendios de última generación.
La cubierta fue armada con una estructura de cerchas metálicas y recubierta por placas metálicas termoacústicas.
Las circulaciones verticales, una de las flaquezas del antiguo edificio, se solucionaron con la implementación de sistemas de escaleras y dos elevadores aptos para recibir personas con discapacidad.
Una de las tareas que más atención recibió, explica Cárdenas, fue la rehabilitación del foyer o vestíbulo de ingreso. La solución elegida por la Arq. Aura Esther Maldonado fue incorporar un majestuoso vitral diseñado por el Arq. Pablo Mora.
La tarea realizada por el Consorcio Molina – Exatelec – Easa y la Comisión técnica del IMP integrada por el Franklin Cárdenas, Jesús Ma. Loor B. y Silvia Ortiz recibió elogios y aplausos en su apertura.