Desde la terraza posterior de la Casa Juan Jaramillo se pueden divisar los tejados del Centro Histórico y las principales iglesias patrimoniales de la capital azuaya. En especial las cúpulas de la Catedral de La Inmaculada.
Ese espacio está recubierto con ladrillo artesanal, que es uno de los elementos que se priorizaron en la recuperación e intervención en este inmueble, que tiene 900 m² de construcción y está emplazado en un terreno de 300 m².
Según el director arquitectónico de la obra, Carlos Espinoza, en el proyecto se rescataron varios materiales que son descalificados en otros proyectos de alto estándar, “pero son importantes”.
Él destaca su calidad, belleza y valor artesanal. Utilizaron baldosas de cemento para baños, que elabora una fábrica local y que prácticamente ya no producía porque sus modelos ya eran demandados.
Además, se colocó ladrillo artesanal en los pisos de ciertas áreas. Según Espinoza, esos materiales son importantes porque son de la zona y tradicionales. Son diseños personalizados.
También se han reutilizado varios elementos de la estructura original en pisos, cenefas e, incluso, equipamientos como una fuente de mármol. “En cada proyecto hemos tratado de emplear diseños y sistemas que rescaten tradiciones y materiales ancestrales, que se están perdiendo”, dice Juan Heredia, socio de la Inmobiliaria San Alberto Magno.
La parte principal fue rehabilitada y la estructura posterior demolida, no solo porque estaba a punto de colapsar sino porque no tenía ningún valor patrimonial. Según Espinoza, como no tenía valor, el Municipio autorizó la demolición. “En las casas hay áreas que deben ser respetadas y lo hacemos, pero hay otras en las que se puede dar un toque moderno y esa condición debe ser evidente”.
Según él, no se deben hacer proyectos nuevos que se asemejen a estructuras antiguas sino que tengan un estilo actual y que eso se pueda ver de forma transparente.
Según Espinoza, con este tipo de iniciativas se genera un efecto doble. Por un lado dan un mayor valor al barrio y, por otro, evitan que se construyan nuevos edificios en las afueras de la ciudad, “reduciendo el poco campo que nos queda. Es una manera de corregir lo que hemos venido haciendo mal en los últimos años”.
La Casa Juan Jaramillo tiene cuatro suites, dos lofts y un departamento dúplex. Los más pequeños tienen entre 50 y 60 m² y el más grande 135 m².
Los principales compradores han sido extranjeros que llegaron a vivir en la capital azuaya.
Según Espinoza, el Centro Histórico es un sitio que atrae a los jubilados extranjeros, principalmente de Estados Unidos.
“El centro es un ecosistema frágil que requiere acciones para retener las viviendas y así fortalecer la vida urbana que en los últimos 20 años ha sufrido procesos de deterioro por causa de la fuga de personas a las afueras”.
En este proyecto se ha incorporó el trabajo de la paisajista Gina Lobato. Según ella, cuando proyectó el diseño, su disyuntiva era cómo armonizar los estilos arquitectónicos tradicional y contemporáneo que hay en esa vivienda.
Su propuesta fue utilizar formas curvas y dejar en evidencia que los estilos pueden coexistir. Pone como ejemplo, que el agua y el aceite no logran una mezcla perfecta, pero forman figuras entre ambos elementos.
Por ello, en el patio central hay una forma ovalada un tanto desplazada, que está llena de vegetación. Se usaron plantas tradicionales como fresnos y helechos y se introdujeron otras como los denominados zarcillos y plantas medicinales como menta y toronjil.
La Casa Juan Jaramillo abrió sus puertas al público el pasado 31 de octubre. En ese día participaron diseñadores y artistas nacionales y extranjeros que decoraron cada uno de los departamentos.
Estuvieron las firmas Llama Design y Linaje y los ceramistas Eduardo y Juan Guillermo Vega. También, los diseñadores Mario Urrea y Cristian Muñoz y las empresas Atelier Decoraciones y Ecuador Interiors. Además, participaron los restaurantes Akelarre, Dolce, La Pérgola, El Pedregal Azteca, Mediterráneo…