Cada ciudad tiene sus rasgos característicos que la hacen única. Estos proceden no solo de los perfiles naturales del entorno y la topografía; sino también de los lineamientos arquitectónicos, sociales y urbanísticos.
Ese es el caso del edificio donde funcionó por 64 años la Unidad Educativa Municipal Eugenio Espejo y donde, desde el lunes pasado, funciona oficialmente el Colegio Simón Bolívar, otra entidad educativa quiteña llena de páginas brillantes, que ocupó por 55 años una antigua edificación emplazada entre las calles Benalcázar y Olmedo.
La Espejo nació en 1915 y empezó su andadura en un tramo antiguo del Instituto Nacional Mejía, con 96 niños. En 1947 se trasladó a la icónica edificación emplazada en la manzana comprendida entre las calles Río de Janeiro, Bogotá, Manuel Larrea y la av. América. Desde el 2011 funciona en el nuevo y funcional complejo de Pusuquí.
El diseño de la vieja institución fue del arquitecto uruguayo James Odriozola y el cálculo estructural de los ingenieros Wilson Garcés, Carlos Abarca y Miguel Suárez.
La obra es una revalorización de la arquitectura tradicional quiteña. La escuela está organizada alrededor de un patio central, rodeada por galería con arcos de medio punto sobre pilares: en las dos plantas.
Esta tipología no se cambió con la rehabilitación arquitectónica que convirtió la escuela en colegio, explica el Arq. Fernando Becerra, del Instituto Metropolitano de Patrimonio (IMP), que fiscalizó la obra.
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