No hay ecología sin economía. Sin embargo, es frecuente abordar los temas ambientales pasando de puntillas por el áspero terreno del cálculo monetario. La arquitectura verde, ecológica, sustentable o sostenible (cada quien escoge el término que más le gusta) también tiene que regirse por esta prevalencia económica.
Es más, este vértice económico es, en la arquitectura, mucho más severo que otras disciplinas, porque es conocido que muchos arquitectos tienen un pacto con el despilfarro y no deparan en gastos con tal de ver su obra como los artistas anhelan ver sus nombres en las marquesinas.
El máximo ahorro, ese es el quid de la arquitectura sustentable. Pero un ahorro que no pase factura a la calidad de vida sino que optimice el hábitat en beneficio de sus diarios ocupantes.
Como afirma el arquitecto Adrián Moreno, el término sustentable abarca muchos aspectos en arquitectura y construcción, como eficiencia, flexibilidad, adaptabilidad, durabilidad, permanencia y reversibilidad.
En esa tarea se encuentran algunos arquitectos actuales que se decidieron a mejorar las viviendas y edificios buceando en el reciclaje, los materiales alternativos y la mejor utilización de las energías y el agua.
Todos esos ítems tienen un factor común: la optimización económica.
En eso andan, también, personas comunes como Roberto Túqueres y Ana Rojano, dos esposos que convirtieron su casa de 150 m² ubicada en la zona de Guamaní Alto, en un verdadero templo de la sustentabilidad. Y gastando unos USD 10 000.