En la construcción es un axioma que a veces tarda pero llega: a períodos de retracción económica siguen lapsos de euforia, con ingentes inversiones por parte de constructores, promotores y entidades estatales.
Cuando esta euforia está desatada se levanta todo tipo de edificaciones. El problema es que, al contrario de las otras artes plásticas en las cuales los trabajos inservibles o mal hechos se pueden arrumar, o botar, con las arquitectónicas no pasa eso.
El único recurso que queda para borrar de la faz de la tierra un edificio feo y antifuncional es derrocarlo; pero esto casi nunca sucede.
¿Por qué? Porque hay mucho en juego: las grandes sumas de dinero que cuesta levantar uno y la tentación que significa para los arquitectos la posibilidad de llevar adelante una obra de gran dimensión.
Entonces, la ciudad debe acostumbrarse a su mala presencia, la cual puede ser nefasta para el paisaje urbano y para la sociedad. A esto hay que agregar los inmuebles viejos y subutilizados..
¿Hay algún remedio para remediar este mal urbano? Hay pero son de difícil aplicación. ¿Entonces? Nos queda hacer como dijo Frank Lloyd Wright: “Un médico puede enterrar sus errores pero un arquitecto solo puede aconsejar a sus clientes que planten enredaderas”.