La fachada de la casona es sencilla, simple, de dos pisos, sin ornamentos, con balcones en la planta alta y ventanas en planta baja.
Sus habitaciones se desarrollan alrededor del patio principal, con galerías conformadas por pilares de piedra en la planta baja y de madera en la alta, características de la típica casa colonial.
Como sucede con muchas de las antiguas casonas del Centro Histórico, esta pasó de mano en mano y tuvo muchos dueños.
La centenaria mansión tuvo ese trajín azaroso hasta 1979, cuando el alcalde de ese entonces, Álvaro Pérez Intriago, la entregó en comodato a la Sociedad de Egresados del Colegio Mejía, presidida esos años por el doctor José (Pepe) Chávez Zaldumbide.
Lo primero que hicieron los ‘Mejías’, explica el presidente actual de la Sociedad, licenciado Jorge Nieto, fue pintar la fachada y los interiores con los colores representativos del colegio: amarillo y azul encendidos.
Ese arrebato cariñoso terminó por dañar la sobria estética de la centenaria edificación y, de paso, también la del entorno: una zona cuyos tonos han sido, por historia, los encalados, grises y pasteles.
Ese no fue el único punto en contra que tuvo la mansión, explica el arquitecto Patricio Chacón, miembro del Instituto Metropolitano de Patrimonio (IMP) y uno de los responsables de la obra.
Por el descuido permanente y la falta de mantenimiento, la casona se encontraba en un estado de deterioro avanzado.
El deterioro era tal, explica Chacón, que la estructura de soporte, los muros de adobe y el maderamen se hallaban afectados por la humedad. Esta había ido mermando las condiciones mecánicas y de soporte; la madera de cubiertas y pilares que conforman la galería alta era la más afectada. Las vigas de madera que conforman la losa catalana del entrepiso estaban en mejor estado, por el revestimiento de gres que tiene este elemento estructural.
Pero los daños eran mayores. El sistema eléctrico estaba obsoleto, tanto la iluminación como los tomacorrientes no funcionaban en su totalidad, constituyendo peligro para la edificación.
Los acabados de pintura, carpintería de madera y de metal no servían. Algunos, como la balaustrada de madera, tenían muchos elementos podridos y faltantes.
Las baterías sanitarias eran otro cuento. Al no disponer de la suficiente aireación y mantenimiento se encontraban con problemas de fugas de agua y emanación de malos olores, explica Chacón.
En ese estado se encontraba el inmueble patrimonial hasta hace 9 meses, cuando el IMP se dio a la tarea de rehabilitarlo.
Hay que anotar que es una casa sui géneris, afirma Franklin Cárdenas, director técnico del IMP. El ingreso a la casa muestra el paso del tiempo y de las reformas viales realizadas en la calle Maldonado, razón por la que el vano está fuera de escala humana, de igual forma podemos decir del gran zócalo o cimiento de piedra.
La intervención, continúa Cárdenas, estuvo dirigida a realizar trabajos de reforzamiento e impermeabilización y acabados en la edificación, siguiendo una metodología conceptual y técnica, que permita su óptima recuperación para su reutilización, sin causar deterioros ni pérdidas.
¿Cuáles fueron los trabajos realizados? La intervención comprendió la ejecución de los siguientes trabajos: reforzamiento e impermeabilización de cubiertas; consolidación de muros soportantes; conservación y cambio de pisos de madera y de gres; cambio y restauración de puertas y ventanas de madera.
También hubo cambio de los cielos rasos; adecuación de baterías sanitarias e instalaciones eléctricas; construcción de rejas metálicas, mamparas de madera y de la cubierta transparente sobre el patio; la pintura con los tonos blancos y pasteles originales.