María Chimbolema (izq.) hila un vellón de lana de alpaca, para confeccionar prendas y ofrecer a los turistas. Foto: Glenda Giacometti/El Comercio
Tres terremotos y 481 años después, la iglesia de piedra construida por indígenas puruhaes bajo la dirección de los españoles, sigue intacta. Esa infraestructura es uno de los atractivos más importantes de Colta e inspiró la creación una asociación de artesanos.
La Balvanera es la primera iglesia católica construida en el Ecuador y está ubicada frente a la Laguna de Colta. La plazoleta de piedra situada frente a la capilla es el escenario que escogieron tejedores, pintores y escultores de seis comunidades indígenas (Tigua, Pilahuin, Columbe, Santiago de Quito, Leonpug y Balvanera), para mostrar sus talentos y vender recuerdos.
En 12 carpas se ofertan artesanías ponchos, bayetas, frazadas y otras prendas tejidas con técnicas ancestrales son las que más se venden.
Los turistas también demandan pinturas con paisajes de las comunidades, esculturas hechas en tagua, instrumentos musicales andinos, comidas típicas… entre otros productos que cuestan desde USD 0,50.
Mientras esperan al turista, las mujeres de la asociación se dedican a transformar los toscos vellones de borrego, alpaca y llama, en delicados hilos para elaborar los tejidos.
Ellas limpian las fibras de lana, las lavan y luego las tuercen para formar el hilo que se envuelve en un uso. El grosor depende de la prenda. Para los ponchos de la cultura Puruhá, por ejemplo, se usan hilos más gruesos y cardados.
“Yo aprendí esta forma de tejer de mi mamá. Antes nosotras elaborábamos toda nuestra ropa y la de nuestros esposos, pero hoy todo se compra en el mercado y hay ropa sintética que cuesta la mitad. Por eso nuestra cultura se estaba perdiendo”, dice María Chimbolema, una de las socias.
Ella cuenta afligida que sus hijos ya no quieren aprender estas técnicas de tejidos y teme que al morir ella, morirán también los conocimientos de tantas generaciones. “Esta plaza me devolvió la vida, no solo por la oportunidad de ganar un poco de dinero. También puedo mostrar los tejidos que hizo mi familia, durante tantos años”, dice Chimbolema.
Martha Pilco es otra tejedora experta. Ella comercializa sus creaciones desde hace casi un cuarto de siglo.
Antes los vendía en la Plaza Roja de la Concepción, en Riobamba. Pero el negocio dejó de ser rentable hace una década, cuando la industria textil apareció con prendas originarias de precios más económicos.
“Pero la diferencia está en la calidad y en la originalidad de la prenda. Un poncho hecho a mano dura casi toda la vida, está tejido para soportar el frío del páramo”, afirma Pilco.
La asociación está integrada por 12 personas y se oficializó en enero de este año.