José Luis Guerín es uno de los realizadores más destacados en el ámbito catalán, español e internacional. Foto: Patricio Terán / EL COMERCIO
El director español José Luis Guerín llegó al país como invitado especial a la decimotercera edición del Eurocine. Mientras buscaba la forma de preparar una infusión con un puñado de hierbas aromáticas que había conseguido en el mercado quiteño, el director habló sobre la relación entre el control y el azar con los que ha llegado a definir una forma particular de hacer cine.
José Luis Guerín no ha sido un cineasta de instrucción formal. ¿Cuál ha sido la mejor escuela?
Cuando era joven no había escuela de cine, porque fue cerrada por el franquismo. Pero había una filmoteca con cuatro funciones diarias. Las dos primeras dedicadas a los clásicos y las siguientes a las vanguardias. Esa fue mi escuela, ver más de una vez las que de verdad me importaban. Así se descubre de una manera natural cómo se construyen. La relación con la pantalla era sagrada, ahora es muy difícil sentir ese placer en la pantalla de un ordenador o de un teléfono.
¿Esas nuevas pantallas han desacralizado el cine?
Han banalizado la relación espectador-imagen. Para muchos el cine se ha convertido en un ‘matarratos’, en un objeto servil a disposición del tiempo del espectador. Las proyecciones me estimulan como un espacio simbólico del cine y yo sigo trabajando para ese espacio simbólico.
¿Qué tiene una película que hace que quiera volver a verla?
Emoción y sabiduría y, de alguna manera, se reconoce algo muy íntimo y personal con lo que el espectador se identifica. Según como has madurado… un mismo filme te habla de distintas cosas. Al final parece que no eres tú quien ve la película sino que esta te ve a ti.
¿Se pueden hacer películas solo viendo películas?
Solo se puede hacer así. Hacer cine es una consecuencia de verlo y conocerlo. En nuestros días hay tantas herramientas para hacer imágenes que es posible que se estén haciendo películas analfabetas, es decir, de gente que no conoce el medio… o su lenguaje.
¿Qué le hace falta a la mirada del espectador para crecer como público?
Curiosidad, que implica acercarse sin prejuicios a las películas, aunque sean de una naturaleza distinta.
¿Qué papel juega la realidad en el cine?
El cine es un diálogo con la realidad. Cuando el cine se olvida de la realidad se vuelve un fenómeno endogámico que no hace más que evocar otras películas y entonces surge la idea de hacer el ‘remake’ del ‘remake’, donde se recrea una serie de estereotipos interminables hasta volverse patológico.
¿Que relación hay entre el azar y el control?
Es una relación de tensión y conflicto, porque aprendí a amar el cine con los maestros del control como Chaplin, Hitchcock, John Ford o Yasujiro Ozu. Con el cine de la modernidad, en cambio, irrumpió el interés por dejar que la cinta sea penetrada por azares e imprevistos. Yo me he situado entre esas dos herencias del cine. Entre el control y el azar se libran las batallas más interesantes.
¿El control te lleva al azar, o al revés?
A menudo alterno jornadas de rodaje con otras de montaje que me permiten redescubrir la cinta y concebirla como un continuo ‘work in progress’. Por eso organizo los rodajes de forma discontinua, para poder pensar sobre lo que voy capturando y lo que debo desarrollar. De eso surge una narrativa muy distinta que no puede surgir de un guión terminado.
¿Qué busca captar con este método de trabajo?
Me gusta concebir la realización como un proceso de conocimiento personal y el deseo de compartir esa revelación con el público.