‘Nosotros, una historia’, Pocho Álvarez, 1984
Para comprender la producción cinematográfica en el país, sobre todo en los albores de los 80, es necesario hablar de Camilo Luzuriaga y Pocho Álvarez.
Las estadísticas muestran que ‘La tigra’, de Luzuriaga, fue la más taquillera en la historia del cine ecuatoriano (250 000 espectadores aproximadamente). Lo que los números no pueden mostrar es la calidad de sus filmes; más allá del éxito taquillero de ‘La tigra’, existieron realizaciones documentales como ‘Don Eloy’, ‘Así pensamos’ o ‘Los mangles se van’ en los que se retrata la realidad de zonas ‘desconocidas’ de Ecuador.
De Pocho Álvarez se recuerda su lucha incansable por las causas sociales. Desde la formación de ASOCINE (que la llevó a cabo junto a otros cineastas, incluido Luzuriaga) hasta sus realizaciones documentales más recientes, ha demostrado que una pantalla de cine puede servir como una ventana de denuncia. Por eso, películas como ‘Montonera’, realizada junto al grupo Quino o ‘Nosotros, una historia’, revelaron abusos de poder cometidos en contra de grupos minoritarios.
Camilo Luzuriaga: “Soy pragmático, para nada romántico”
¿Cómo financiaba Luzuriaga sus realizaciones? Él recuerda que en esa época el cine se hacía por convicción: “Tener o no dinero era solo un pretexto para no hacer nada”, sentencia. Por ejemplo, recuerda que para grabar ‘Don Eloy’ tuvo que vender su estudio fotográfico; después, buscando formas de financiamiento, logró rodar ‘Así pensamos’, con el financiamiento de la Agencia Suiza de Desarrollo, y recién en ‘Los mangles se van’ descubrió que a las instituciones estatales también les interesaba el cine; en este caso, la película recibió apoyo del Banco Central.
Sobre la edición y revelado de las películas, recuerda que era una tarea totalmente artesanal: “Los rollos de películas debían agruparse de acuerdo al orden escénico y, después, cortar con tijeras los planos que se querían quitar, e introducir, con cinta adhesiva, los respectivos cambios”. Esto tomaba un tiempo significativo si lo comparamos con la edición digital: si una escena con la edición computarizada se la puede editar en un par de horas, con la edición artesanal podía durar más de una semana.
A pesar del trabajo agotador, esa edición a mano le fascinaba. Pero sólo quedará en un lindo recuerdo ya que como él dice “regresar a la edición manual sería una necedad, yo soy pragmático, para nada romántico”. Otro aspecto que recuerda con agrado es la espera por ver el resultado final de una producción, pues los revelados, por entonces, se los hacía en Estados Unidos y para poder ver una realización había que esperar más de un mes.
Pocho Álvarez: “El lenguaje sigue siendo el mismo”
Si hay algo que el cineasta Pocho Álvarez extraña es el olor a celuloide; ese que provenía del laboratorio de edición cuando se procesaban los negativos de las películas. De aquella década de los 80 además recuerda el trabajo en conjunto que cineastas de todo el país hicieron para luchar por una ley de cine que facilite la producción nacional.
Después del 2006, año en que se aprobó la primera ley de cine, el panorama cinematográfico en el país cambió. Lo que no ha cambiado ni cambiará nunca, dice Álvarez, es el lenguaje de la imagen en movimiento. Esa esencia del cine que nació como una tecnología y que se ha mantenido vigente hasta el momento. La tecnología lo único que ha hecho es “potencializar, optimizar y apresurar la concepción de una película”, dice Álvarez.
Y en algo que coincide con Luzuriaga, es en el gusto por la edición manual. Si bien la dejó de utilizar hace mucho tiempo, esa sensación de usar las manos para crear el producto audiovisual final es memorable, según él “mantenía vivo el espíritu artístico que implica la creación cinematográfica”.
Los años han pasado pero lo que continúa vigente es el legado que, tanto Álvarez como Luzuriaga, han dejado en las futuras generaciones de cineastas en el país.