El rodaje de ‘Somos pueblo’ se realizó en febrero. Foto: Cortesía: Rocio Gomez
Ficción y documental se fusionan en el cortometraje ‘Somos pueblo’, dirigido por Rocío Gómez. La comunicadora social se vinculó al área audiovisual y armó una propuesta para reflejar un movimiento alrededor del reconocimiento de los Kitu Kara. “La idea es contar el proceso de autodeterminación del pueblo Kitu Kara desde el sector donde vivo, que es Cotocollao. Es decir, cómo fuimos configurándonos y reconociéndonos como parte de un pueblo originario de Quito”, relata Gómez.
El rodaje, que parte de la iniciativa de Corporación Kinde, se realizó en febrero de este año. Si bien el equipo de realización ganó la segunda entrega del Fondo de Fomento Cinematográfico del 2014, en la categoría de Producción Comunitaria, Gómez cuenta que buscan fondos para poder llevar a cabo la posproducción del proyecto.
A través de tres historias, el cortometraje busca reflejar a los Kitu Kara como un pueblo originario que sobrevive con indígenas urbanos. “Cuando empezamos a hacer la investigación salieron temas fuertes de por qué dejamos de ser Kitus Kara y por qué decidimos volver a reconocernos”, menciona la directora. Estas historias se trasladaron de la ficción al papel, acompañadas de los testimonios reales.
La primera narración se titula ‘Suave dolor’. En ella se cuenta la vida de la ‘primera generación’. A esta pertenecen señores de 60 a 70 años, quienes vivieron el rompimiento de sentirse originarios y empezaron a considerarse mestizos. “Cuentan lo duro que fue para ellos vivir en las haciendas” explica la directora, “ y ver el trato que obtenían como indígenas y preferían no enseñar esta condición a sus hijos”. Aquí –según Gómez– se hace una relación con la naturaleza en la fotografía. “Se trata de contar que el indígena maltratado en la hacienda encontraba su fortaleza en la montaña”.
La siguiente narración es ‘Hija de Yachak’, que se apega a la ‘segunda generación’, de los 30 años en adelante. Para Gómez, este grupo es el que empieza a retomar sus raíces indígenas, después de haber permanecido toda su vida sin sentido de pertenencia. “Soy indígena y no me da vergüenza de decirlo y afrontarlo”, menciona Gómez, quien asegura pertenecer a esta generación.
La muchacha que protagoniza la historia se enfrenta al sistema educativo, haciendo valer los saberes ancestrales y el fortalecimiento de ellos en la medicina. El aprendizaje, que vino de su abuela -yachak o curandera- , le permiten mantener su postura con fuerza.
En la última historia se refieren a los guaguas y lleva el nombre de ‘Trenzando vida’. Esta historia pertenece a la nueva generación de hijos Kitu Kara. Pues son quienes ya nacen con el reconocimiento de indígenas urbanos. Pero les toca enfrentar distintas condiciones, como la prohibición del cabello largo en las escuelas.
Son niños que a su corta edad deben desafiar sistemas que
–según Gómez– no entienden o no quieren entender las distintas realidades. En la ficción se cuenta la historia de un pequeño a quien le critican de ser mujer por llevar el cabello largo. A partir de esto decide cortarse el cabello. El niño recuerda –en una conversación con su madre– el ritual de cabello que tuvo a los 7 años.
“Para nosotros hay una ceremonia como el bautizo, a los
7 años, que consiste en ir a una cascada o unión de río y entregarle el cabello al agua”, narra Gómez. Agrega que se lleva el cabello “porque el agua tiene la fortaleza y lo que hace es limpiarle para empezar el nuevo ciclo de vida que se cumple cada siete años” y estos rituales se reflejan en la cinta.
El proceso de reconocimiento, como parte de un pueblo originario, dice Gómez, llegó por la necesidad de reivindicar sus costumbres encerradas en el ámbito familiar. “Ver a mi mamá que todavía cocina en leña y seguimos criando cuyes son cosas que no se perdieron sino que seguimos haciendo en el ámbito privado”. Lo que cambia con esta identificación de Kitu Kara -explica la directora- es que ahora se reconoce que “lo hacemos porque es parte de nuestra identidad y cultura, porque hasta detrás de la crianza de cuyes hay un montón de sabiduría”.
Contar la historia personal de indígenas urbanos a través del audiovisual es -para Gómez- buscar la visibilización de la historia de un pueblo que quedó enterrada con la conquista española e incluso antes, con la llegada de los incas. “La idea de contar en una película es para que todos nos sintamos identificados. Nace de la necesidad de sentirnos parte de un colectivo”. Utilizando herramientas tecnológicas para recuperar un pasado que no ha muerto, sino que se despierta con fuerza.