De qué se habla cuando se habla de fútbol. Los sellos de la identidad –entre la desidia y la esperanza (ambas igual de ciegas)- se han conjugado con otros males en la voz de los comentaristas y narradores. Su lenguaje es de parafernalia vacua, de fanatismo mal disimulado, de consagración del lugar común, del apelativo inexacto, de muletillas sin sentido: tal jugada “sigue los dictámenes de la lógica”, tal maniobra, “las indicaciones del manual”.
Esas voces han bombardeado el tiempo aire engolosinadas de acento portugués, suplantando criterio por curiosidad. Algo más: las diferencias entre los lenguajes televisivo y radial no han sido comprendidas o superadas. Los narradores en el audiovisual siguen las formas de lo netamente auditivo: contar las acciones cuando una pantalla ya las transmite resulta en una redundancia insignificante.
Las estrategias de cobertura –cuyos derechos para Ecuador pertenecieron a los canales incautados- no han presentado innovación alguna, desde el registro de los hinchas en las afueras de los estadios, pasando por la ‘previa’, hasta el panel conformado más por polemistas que por analistas; sucedió, pero menos, en la señal de TV paga, que ofreció más opciones… incluso el silencio multicámara. A los estereotipos del pasado se sumó la cosificación de la mujer dentro del universo futbolístico o de la farándula que parasita de él.
De frente a las carencias en el verbo se ha erigido la tecnología. El juego de cámaras, el registro de instantes claves, las herramientas infográficas y el 3D brindan nuevas perspectivas sobre el gramado. Es un fenómeno más acorde con tiempos de hiperconexión.
Tecnología y conectividad convirtieron aBrasil en el Mundial de la TV social. A tal punto se compartieron puntos de vista en las redes que el ‘hashtag’ cedió ante otro neologismo: el ‘hashflag’ (abreviatura del país, más su bandera). No solo los resultados en la cancha generaron data, sino también las alegrías u odios de las audiencias; evidencia de ello la multiplicidad de‘memes’.