El actor Carlos Valencia, en una sesión de maquillaje para el rodaje de ‘Sumergible’. Foto: Patricio Terán / EL COMERCIO
A sus 52 años, Carlos Valencia luce el cabello desordenado y una barba larga y canosa, un descuidado aspecto remarcado con una camiseta sucia y roída y un short deportivo en las mismas condiciones.
Todo, incluso esa mirada desconfiada y el tono cauteloso de su voz, es parte de su nuevo trabajo como mecánico de un submarino. Oficio y personaje ficticios, con los que el actor manabita regresa al cine, a las órdenes de Alfredo León, director del largometraje ‘Sumergible’, que cumple su primera etapa de rodaje en Quito.
La segunda película del cineasta ecuatoriano es un thriller claustrofóbico, que se desarrolla en un barco-sumergible que, de repente, tiene problemas mecánicos en altamar. Una situación extrema que pondrá a prueba el instinto de supervivencia de la tripulación a bordo de la rudimentaria nave, que transporta un codiciado cargamento.
El colombiano José Restrepo (‘Malcriados’), el costarricense Leynar Gómez (‘Narcos’) y la colombiana Natalia Reyes (‘Lady’) son los otros actores que comparten esta aventura marítima junto a Valencia.
En medio de ese elenco internacional, el ecuatoriano interpreta a Kléver, un humilde mecánico que aceptó ser parte de la peligrosa aventura, impulsado por un anhelo personal más que por la paga.
Valencia describe a su personaje como un hombre de muelle que sabe del oficio, pero que arrastra consigo las secuelas de un amargo pasado. “La aventura de Kléver es un viaje hacia la redención”, dice.
Aunque el intérprete asegura que no sufre de claustrofobia, también admite que no se lleva muy bien con el encierro. “Hay muchas formas de encierro”, dice refiriéndose a la relación que ve entre la historia de ‘Sumergible’ y la sensación de asfixia que puede provocar una relación de pareja o la rutina de una oficina.
Sin embargo, “hay que disfrutar del sufrimiento y los matices emocionales que ofrece Kléver”. Un personaje construido con elementos gestuales, emocionales y lingüísticos que obtuvo tras conocer a varios mecánicos en Manabí.
Para el rodaje se construyó una réplica de un submarino artesanal, como los que se han hallado transportando droga en las costas ecuatorianas desde hace unos nueve años. El diseño estuvo a cargo de la directora de arte Emilia Dávila y se construyó en dos meses.
Ahora, El Bicho, como lo ha bautizado el equipo de producción, ‘navega’ a 2 800 msnm, en Quito. Lo hace en la seguridad del set de filmación en Carcelén. Desde afuera, cuatro asistentes suben y bajan el aparato, apoyado en un sistema de balanceo, para crear la sensación del movimiento en el mar. Un efecto tan real, dice León, que en los dos primeros días de rodaje todo el equipo terminó con síntomas de mareo.
La cinta, dirigida por León, es una coproducción entre las firmas ecuatorianas Boom en Cuadro y Carnaval Cine y la firma colombiana Proyección Films. Su estreno está previsto para el 2018.