Los cañaris rememoraron el ritual de cosecha del Jahuay

Más de 100 indígenas del cantón Cañar se reunieron en la celebración del Jahuay, en honor a la cosecha. Fotos: Lineida Castillo / EL COMERCIO

Más de 100 indígenas del cantón Cañar se reunieron en la celebración del Jahuay, en honor a la cosecha. Fotos: Lineida Castillo / EL COMERCIO

Más de 100 indígenas del cantón Cañar se reunieron en la celebración del Jahuay, en honor a la cosecha. Fotos: Lineida Castillo / EL COMERCIO

El sonido de las flautas, de los pingullos y del tambor irrumpieron el silencio en la comunidad de Quilloac, en el cantón Cañar. Como cada año, los indígenas reeditaron el Jahuay cañari que realizaban para las jornadas de cosechas.

Las dos hectáreas de trigo de Wayraloma, propiedad de la comuna, resplandecía con los rayos del sol. Todos fueron convocados para la minga de cosecha que se vivió con una colorida fiesta andina.

Jahuay es un término cañari que significa arriba. Este recordatorio lo viven con alegría, música andina, danzas, comida y bebiendo la tradicional chicha de jora, contó Gabriel Guamán, socio de la comuna.

La minga empezó con una ceremonia andina de bendición de la tierra. Todos vestían con elegancia el atuendo indígena. Los hombres lucieron una camisa bordada, pantalón negro, zamarro de lana de borrego, faja y un pañuelo rojo que sostenía el sombrero de paño hasta el cuello.

Las warmis (mujeres) estuvieron con pollera, camisa bordada y sombrero. Cada participante conocía su papel y el trabajo que debía cumplir.

En estas celebraciones intervienen varios personajes. Pedro Solano, presidente de Quilloac, hizo de mayordomo que administraba la hacienda y se apoyó de dos mayorales que tenían la obligación de controlar a todos. Los tres estaban en caballos ricamente adornados.

Por debajo estaban las cuadrillas de campesinos -hombres y mujeres- que cortaban el trigo con hoces. Las chaladoras recogían y hacían montones las espigas para que lleven los cargadores en sus espaldas hasta la parte más baja donde se levantó la parva.

Los cañaris prepararon papas, mote, caldo de res, habas, arvejas, entre otros alimentos.

Los cargadores eran custodiados por el mayordomo y los mayorales, mientras subían y bajaban corriendo y danzando por la loma de Wayraloma. También, eran acompañados por los músicos que entonaban todo el tiempo melodías en kichwa y dedicadas a
la naturaleza.

Los indígenas hablaban a la pachamama, al sol, al agua o al viento para pedir por las cosechas. Asimismo, invitaban a los jóvenes a que se unan a la minga para que el tradicional Jahuay perdure. En la minga participaron más de 100 indígenas, la mayoría adultos.

Después de cada canto, las mujeres -desde cualquier espacio- coreaban “jahuay, jahuay, jahuay”. Con los sonidos de la quipa, José Guamán Chuma, alertó sobre el inicio de la jornada, los descansos y el final de la jornada.

En esta celebración también estuvieron los parveros. Ellos fueron los encargados de ubicar las espigas unas sobre otras. Los paleros usaron largas palas de madera y golpearon los contornos acomodando la parva en forma de choza.

En este ambiente de trabajo y alegría todos bebían la tradicional chicha elaborada con maíz y preparada por la misma comunidad. Al mediodía, los indígenas hicieron un descanso de dos horas para servirse los alimentos en una pambamesa.

Ellos prepararon caldo de res con un toro que sacrificaron la víspera, acompañado con mote, papas, ensalada, carne al jugo, zanahoria y chicha. La jornada duró más 10 horas. “Dependiendo del área cultivada podría ser hasta una semana de trabajo, a ese ritmo”, señaló José Guamán.

María Solano, quien hizo de cortadora de las espigas del trigo, agregó que sus ancestros practicaban el Jahuay en las haciendas más grandes que estaban ubicadas en Guántug, San Rafael, Wayrapungo, Gualleturo y San Pedro, dijo.

Ella aprendió de sus abuelos que este ritual sagrado tenía influencias en Azuay y Chimborazo, hasta donde se extendía el horizonte cultural.

“Eran cientos de hectáreas cultivadas con trigo, cebada, quinua, maíz… que eran los principales alimentos de aquella época y por eso idearon esta forma de cosecha en minga con cantos”.

Al finalizar, Pedro Solano recibió de los ‘peones’ una cruz tejida con las espigas de trigo como agradecimiento. Así terminó el día donde también hubo una serenata.

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