Romina Ramírez, antes Danilo, se sometió a la cirugía de reasignación de sexo en una clínica de Quito. Foto: Facebook de Romina Ramírez
A sus ocho años, Danilo Ramírez supo que era una mujer en el cuerpo de un hombre. 15 años después se sometió a una cirugía en Ecuador que casi acaba con su vida.
“Me di cuenta de mi diferencia con los demás a los 8 años. En mi infancia no me preocupaba, no sabía lo que estaba pasando y era muy feliz. Pero a los 11 – 12, me empecé a dar cuenta de la realidad y era muy triste. Quería ser una mujer, era un hombre. No veía una posibilidad…
Crecí en un pueblo muy chico en Uruguay, La Floresta, donde no había ningún tipo de información de travestis, transexuales, ni nada. Estuve muy deprimida, pensé en suicidarme porque no encontraba salida. No quería ser hombre y no veía la ‘forma mágica’ de transformarme en mujer.
Vi un reportaje televisivo sobre Bibi Andersen, de España. Ella es una famosa actriz transexual que se cambió de sexo. En ese momento dije esto es lo que quiero, esto es lo que me pasa y lucharé por esto.
Hablé con mis papás, por suerte me aceptaron y empecé el tratamiento psicológico en el Hospital de Clínicas de Uruguay, donde se realizaban cambios de sexo. Las chicas como yo íbamos a la terapia como conejos de indias, pero nunca operaban a ninguna… Habrán operado a tres en 10 años… Esto pasaba porque no les parece una situación de vida o muerte, sino más bien algo estético.
Vivir con un sexo que no es el tuyo es algo de vida o muerte. Sientes que no eres tú. En ese entonces conocí a ‘Nata’, mi mejor amiga, quien también estaba pasando por la misma situación y se operó en Ecuador.
Mi amiga se operó en Quito porque existía el mito de que tras la operación las chicas transexuales no sentían placer, quedaban mal y depresivas. Ella llamó a muchos médicos, pero ninguno le aseguraba que tendría un orgasmo después de la cirugía. Ella no estaba conforme con lo que escuchaba.
Un cirujano de cierta clínica de Quito aseguró que todo saldría bien. Hace 12 años pagó USD 5 000 por esa intervención. Si bien tiene orgasmos, la vagina le quedó completamente desfigurada. Tiene cuatro operaciones reconstructivas porque era un trabajo de principiante.
Con 23 años, fui a parar a la misma clínica. Quería ser mujer, pero también quería sentir sexualmente. Me aventuré y viajé en agosto de 2008. Al llegar, me recibieron los enfermeros. Al día siguiente iniciaba la preparación para la operación, entonces no podía comer pesado… Solicité algo liviano. Ellos llamaron, pidieron dos pizzas familiares y dos litros de gaseosa. Por eso me cobraron USD 60.
Al otro día llegó el doctor. Supuestamente estaba todo bien, me operó. A la semana de eso también me operaría la nariz y los pómulos.
Tras la operación de reasignación me limpiaron con un producto que es tan fuerte, que me quemó toda la piel. Me dejó con llagas. Antes de venir le pagué USD 6 000 por la intervención. Luego empezó con el tema de los antibióticos, me dijo que si no tenía dinero no me podía dar esas medicinas y dejó de dármelas.
Durante las visitas médicas no se aseguraba de que estuviera todo bien, no me hacía limpiezas quirúrgicas. En la operación de reasignación sexual te remueven la uretra y te la ubican en lo que será la vagina. A mí me la bajaron, estuve 10 días con sonda y cuando me la sacaron para probar si podía orinar, no pude.
Entonces me tuvieron que volver a colocar la sonda. Pero antes vino otro doctor y durante varias ocasiones intentó colocarme la sonda, hasta que dijo ‘no puedo’. Llamó al supuesto urólogo de la clínica, quien se puso de espaldas, lanzó el brazo hacia atrás y de esa manera me colocó la sonda. Me perforaron la uretra nueve veces, me orinaba por dentro.
Bajé 14 kilos en 18 días. No me daban comida. Estaba sola. Me tenía que comprar la crema para las quemaduras… Una semana después me operó los pómulos. Entró al quirófano con un televisor al hombro y cuatro personas más con ropa de calle. Se pusieron a mirar un partido de fútbol mientras me operaba.
No quedó nada bien. Un pómulo me apretaba el ojo. Las prótesis eran un recorte de silicona… Me sometí a esto porque una quiere verse mejor, el deseo de ser mujer, ser atractiva, hace que se caiga en la ignorancia y una se arriesga.
También me desfiguró la nariz, parecía un cerdo. Luego de eso tuve que hacerme cuatro reconstrucciones. También me sacaron esos recortes de tabletas de silicona de los pómulos.
Para el 18 de agosto de 2008 me dieron el alta, 10 días después de la cirugía. Me vio otro doctor, me dijo que estaba todo en condiciones óptimas y que podía viajar.
Llegué a Chile, como escala para llegar a Uruguay, y fui al baño. Allí me vi el labio vaginal colgando, chorreando pus y sangre a borbotones. La abertura llegaba al ano, porque estaba todo podrido. Y faltaban tres horas de espera, y tres horas de viaje para arribar.
Cuando llegué a Uruguay, me fui directamente a emergencias. Al llegar me vio un doctor y me dijo ‘tienes una infección terrible, lo más probable es que te mueras’.
Me retiraron toda la vagina completa. La uretra me la tuvieron que reconstruir. Tuve siete operaciones y poco más de un año de recuperación. Perdí mi trabajo, no me podía mover. Quedé con una pared en donde debía tener mi vagina y psicológicamente destruida.
En 2009 me tuve que operar nuevamente, estaba asexuada. Me reconstruí en Chile, y pagué USD 17 000. Mi vagina quedó funcional. Me hice reconstrucciones estéticas. Cuando te hacen la vagina usan la piel del pene y la de los testículos para formar los labios, pero esa piel la tuvieron que retirar porque estaba podrida. No tenía material para formar nuevamente una vagina exacta. Pero bueno, tiene función, sensación, que es lo que importa.
Ahora llevó mi vida bien, sexualmente plena, emocionalmente bien. Dejó secuelas de por vida… Ahora tengo 30 años, estoy radicada en Uruguay, soy estilista”.
A través de Internet, Romina llegó a la asesoría del ecuatoriano Jaime Tamayo, quien acogió el caso por mala práctica médica. En enero de este 2015 recibieron la sentencia favorable. Si bien el cirujano que intervino falleció en 2011, la persona responsable de la clínica debe cancelar una indemnización económica por los perjuicios ocasionados.