Los niños aprendieron a utilizar equipos para la producción de documentales, en Guayaquil. Foto: Mario Faustos/ EL COMERCIO
El equipo de ‘miniproducción’ sigue los pasos de Margie por un callejón desolado de La Fragata, en Guayaquil.
Camilo, el camarógrafo, está concentrado en la cámara Sony. Angie, la sonidista, apunta el ‘boom’ hacia los pies de la actriz de 10 años. Quiere captar el crujir del asfalto mientras la niña camina.
Es una de las últimas escenas de ‘El viaje de Margie al bosque encantado’, un cortometraje de docuficción que gira en torno a ese barrio del sur de Guayaquil, un refugio de colombianos.
Detrás del lente hay pocos adultos. Las casi 10 horas de grabación -al final serán solo 5 minutos- reflejan la travesía de ocho niños y adolescentes que lo dejaron todo para vivir en paz.
Margie, la protagonista y autora del guión, abandonó su natal Buenaventura. “La historia empieza cuando nace mi hermanito…”, dice. De ahí se ata a su vida en Ecuador.
Este cortometraje es el resultado del curso de producción documental comunitaria ‘Filma tu calle’, un proyecto coordinado por el Comité Permanente por la Defensa de los Derechos Humanos de Guayaquil (CDH). ‘Qué difícil es ser perro en Monte Sinaí’, ‘3 mujeres’ y ‘La marimba de la isla’ son algunos ejemplos de filmes.
“En esta nueva producción, el nacimiento del hermano de Margie es el detonante narrativo -explica Billy Navarrete, secretario del CDH Guayaquil-, eso hace que ella se sienta desplazada y esa inconformidad la lleva a un mundo de fantasías”.
Combina tomas idealistas, en un bosque de Naranjal (Guayas), y otras que aterrizan en La Fragata. “A veces nos sentimos discriminados -cuenta John Jairo, parte del elenco-. De las entrevistas que hicimos en el barrio nos han contado que a muchos les dicen guerrilleros, que matan… No somos así”.
Según la Dirección de Refugio, hasta el 2013 Ecuador acogió a 55 327 refugiados; el 98% es de Colombia. El estudio ‘Derecho y acceso a la educación de los niños refugiados’ revela que 223 niños, gran parte colombianos, asisten a clases en Guayaquil y son discriminados.
Para romper ese estigma, los niños aprovechan el arte visual. A los de La Fragata les falta solo dos tomas finales y la edición. Después de talleres de cine y dos meses de grabaciones, ahora aprenden animación.
Un flash de creatividad
Los andenes del tren de Durán fueron la locación que eligieron los productores infantiles. Foto: Mario Faustos/ EL COMERCIO
Los rieles marcan el camino. Con una mirada curiosa e inocente buscan en el horizonte el plano perfecto. Con un par de cámaras fotográficas como compañía se internan en la estación del tren, en Durán.
Para Alexander, Allison, José Gabriel y Juan Andrés, los vagones y las viejas locomotoras son escenarios ideales para dejar fluir el ‘clic’ de sus cámaras.
Durante las vacaciones asistieron a un taller de fotografía y cine, organizado por Ferrocarriles del Ecuador y dirigido por el colectivo cultural Pata de Cabra, de Durán. Desde entonces resulta difícil apartarlos de una cámara.
“Buscamos darles una experiencia diferente”, cuenta Fernando Freire, subdirector de Pata de Cabra. “Se piensa que el cine y la fotografía son solo para adultos, pero los niños tienen un mundo que contarnos”.
A lo lejos, Alexander se concentra en captar el vuelo de una libélula. Mientras que Juan Andrés intente buscar un ángulo diferente del río Guayas.
Pedro Villegas, documentalista e instructor del taller, guarda algunas tomas finales de estos pequeños artistas. “Es mágico cuando se dan cuenta de que toda esa bella naturaleza y el patrimonio que los envuelve puede ser parte de una memoria audiovisual”.
Este joven es un investigador apasionado por la huella del tren en Durán. Ha realizado largometrajes sobre el calvario de los jubilados del ferrocarril por sus pensiones y ‘Maquinita Davis’, la historia de un hombre que hizo una réplica a escala del tren, que cada octubre se enciende.
Ahora prepara ‘Bizarros jamaiquinos’, un filme que revivirá el trabajo de quienes tallaron el ferrocarril con sus vidas y dejaron por herencia sus apellidos en Durán.
“Aquí en Durán los niños capturaron los talleres del ferrocarril, los rieles, las locomotoras y los vagones. En Gualleturo y Lavadel (otros sitios donde da talleres junto a Mario Rodríguez) se inspiran en las montañas, la gente, el río…”.
Juan Andrés, de solo 7 años, usa una gorra de maquinista y en su cuello carga la pesada cámara Canon. Las oxidadas ruedas de una locomotora abandonada fueron captadas con un ‘zoom’. “Me gustan las fotos. En casa uso la cámara del celular de mi papá”.