Los químicos ya no son la única materia prima para hacer medicinas. La industria farmacéutica apunta a elementos biológicos para crear nuevos productos.
A diferencia de los fármacos tradicionales, los biofármacos o biotecnológicos se generan a partir de un microorganismo, un tejido de origen vegetal o animal, una célula o fluido de origen humano o animal, una proteína o un ácido nucleico (ADN), según detalla la hemato-oncóloga Glenda Ramos. “En resumen, son células vivas modificadas por ingeniería genética para desarrollar nuevas drogas”.
La biotecnología moderna, que abrió paso a la creación de estas medicinas, nace en 1953. En ese año se conoció la estructura del ácido desoxirribonucleico (ADN), que dio pauta para una serie de estudios genéticos.
A inicios de los 80, los conocimientos en este campo se empiezan a aplicar a la terapéutica humana. Dos claros resultados fueron la insulina y la hormona de crecimiento recombinantes. Ambas marcaron la antesala de los hoy conocidos biofármacos.
Pero su diversificación se da en esta última década. Hasta el 2005 se habían incorporado al mercado unas 100 medicinas de este tipo. Y cerca de 700 moléculas habían sido investigadas para el diagnóstico y tratamiento de unas 250 enfermedades, según datos de la Agencia Europea de Medicamentos (EMEA).
De ahí que este ‘boom’ en farmacología está dando como resultado posibles curas a enfermedades como cáncer, alzhéimer, esclerosis múltiple, fibrosis quística, hemofilia, artritis reumatoidea, diabetes, entre otras.
Actualmente hay tres tipos de tratamientos con biofármacos: los anticuerpos monoclonales, que se unen a moléculas específicas para bloquear los efectos causantes de ciertas enfermedades; las vacunas que potencian el sistema inmune del paciente; y la terapia genética, que modifica directamente un gen específico.
El avance en investigación es acelerado. Y llega a tal punto que muchos expertos ven en los biofármacos el reemplazo a tratamientos como la quimioterapia.
La oncóloga Carmen Rivas aplica tres de anticuerpos monoclonales a sus pacientes del hospital Abel Gilbert Pontón, en Guayaquil. El rituximab es uno de ellos. Esta proteína se usa en el tratamiento de linfoma no-Hodgkin (cáncer en linfocitos o glóbulos blancos). En el organismo, el fármaco se une a los linfocitos tipo B e induce a la inactivación y muerte de la célula maligna.
El bevacizumab es otro de ellos. Este se une a una proteína llamada factor de crecimiento del edotelio vascular, que promueve la irrigación de los vasos sanguíneos dentro del tumor. Tras la fusión con el biofármaco, se bloquea el crecimiento de los vasos y se corta la provisión de oxígeno y nutrientes, indispensables para el tumor.
Finalmente, el trastuzumab, que se une a un antígeno llamado factor 2 de crecimiento epidérmico o HER2. Este estimula el crecimiento de ciertas células cancerígenas y una vez que se aplica el trastuzumab se detiene la evolución de las células.
“Los biológicos actúan sobre los inmunorreceptores de las células. Son una especie de protección inmunológica, para que las células malignas no se sigan duplicando”, menciona Rivas.
Según la FDA (Agencia de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos), hay cerca de 21 anticuerpos monoclonales aprobados para su uso. En el país circulan cerca de 10 de este tipo.
Mario Leone, oncólogo de Solca, aclara que los biológicos se usan como apoyo a tratamientos de quimioterapia y radioterapia, para que sean más efectivos. “Hay pacientes con diagnóstico de cáncer de páncreas que luego de usar estos fármacos tienen un tiempo de vida más extenso”.
Casos de cáncer de mama, pulmón, riñón, estómago, colon, páncreas, ovario, linfoma no-Hodgkin, son tratados con biológicos, que se suministran por vía intravenosa antes de las quimioterapias. En ciertos casos pueden provocar efectos secundarios como fiebre, escalofríos y baja presión, por lo que el paciente debe ser vigilado.
Una limitante en la utilización de los biotecnológicos es su costo. Hay pastillas que llegan a costar USD 1 000.
En promedio, estas medicinas pueden llegar a costar entre USD 500 y 3 000, de acuerdo con el tipo de enfermedad y el tratamiento correspondiente.