El barro es la base para representar a la cultura afro

Jaidy Lara y Silvia Acosta son habitantes de la población de Mascarilla, y se dedican a la elaboración de máscaras. Foto: Vicente Costales/EL COMERCIO

Jaidy Lara y Silvia Acosta son habitantes de la población de Mascarilla, y se dedican a la elaboración de máscaras. Foto: Vicente Costales/EL COMERCIO

Jaidy Lara y Silvia Acosta son habitantes de la población de Mascarilla y se dedican a la elaboración de máscaras. Foto: Vicente Costales/EL COMERCIO

Artesanos de varias comunidades de Ibarra plasman los rostros de hombres y mujeres afroecuatorianos en máscaras de barro, las que pueden utilizarse para la decoración.

El color de la piel afro contrasta con una gama de todos los colores. Estos se plasman en los elementos que los habitantes usan como parte de la identidad de sus pueblos.

Turbantes, pañuelos, coronas, tinas llenas de frutas y botellas se exhiben sobre las máscaras, accesorios ideales para colgar en las paredes.

Los modelos se comercializan en el Centro Comercial Artesanal Quitus, en la capital. Diana Calo, propietaria de Artesanías del Mundo, manifiesta que las máscaras son un medio para exponer la identidad afroecuatoriana.

“Lo rico de nuestro país es la variedad de culturas. Entre ellas destaca lo afro por su colorido, que es el principal aporte para su decoración”.

La característica primordial de estos elementos decorativos es su forma alargada. Esto se logra con los moldes cilíndricos que se usan como base para aplicar el barro, al que luego se da los detalles del rostro y, finalmente, los acabados.

Mascarilla, comunidad ubicada en la parroquia Ambuquí, del cantón Ibarra, es conocida por realizar estas artesanías. Este es el principal poblado del valle del Chota que provee al local quiteño de sus obras.

“Los arreglos lo hacen principalmente las mujeres. Ellas quieren tener una oportunidad de trabajo pero, sobre todo, que en la ciudad se conozca y se valore su cultura y su identidad”, dice Calo.

La propietaria del local destacó la importancia de un comercio justo para estos trabajos, ya que no implican una tarea simple para los artesanos.

El proceso es largo, ya que luego de elaborar los respectivos moldes, con los detalles del rostro y los accesorios, las máscaras necesitan tiempo para secarse y quemarse en un horno. La pintura también es una habilidad especial, que está en las manos imbabureñas que realizan el trabajo.

Lucía Pinto, de 36 años, camina por el centro comercial junto a su sobrina de 24. Durante el paseo les llamó la atención la vitrina en la que se exhiben las máscaras.

Ambas consideran que adquirir elementos de este tipo para la decoración es una forma de apoyar el emprendimiento de los artesanos del país. “Al comprar somos consecuentes con lo que somos y de donde venimos”, coinciden Graciela y David Urbina, visitantes del lugar.

Para ellos, la mejor forma de decorar su casa se puede lograr con estos elementos. “A veces nos rompemos la cabeza buscando lograr que un lugar se vea bonito y no nos damos cuenta de la cantidad de cosas que tenemos para hacerlo”.

Desde miniaturas hasta modelos grandes se encuentran en el local de Quito y desde USD 2. “Las máscaras más pequeñas se pueden colocar en espacios más cerrados para que se noten o se pueden poner varias de ellas juntas”, explica Diana Calo.

Las creaciones más grandes funcionan perfectamente como unidades decorativas per se. Colocadas en un sitio preferente atraen y subyugan.

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