Astilleros sobreviven en Samborondón

Marco Rodríguez (d) heredó de su padre la tradición de trabajar en el astillero arreglando o fabricando canoas. Foto:  Enrique Pesantes/ EL COMERCIO.

Marco Rodríguez (d) heredó de su padre la tradición de trabajar en el astillero arreglando o fabricando canoas. Foto: Enrique Pesantes/ EL COMERCIO.

Marco Rodríguez (d) heredó de su padre la tradición de trabajar en el astillero arreglando o fabricando canoas. Foto: Enrique Pesantes/ EL COMERCIO.

Samborondón es uno de esos pueblos que ha tenido un vínculo histórico con el río. A orillas del Babahoyo se levanta este cantón del Guayas que mantiene activo el transporte fluvial y es lo que da vida a los astilleros.

El historiador Willington Paredes señala que es uno de los cuatro pueblos montuvios que ancestralmente han sobrevivido por los ríos que los atraviesan. Esos son los cantones Daule y Santa Lucía, cruzados por el río Daule; y, Babahoyo y Samborondón bañados por el río Babahoyo. En su confluencia ambos forman el Guayas.

“Eso implica que los montuvios de esas poblaciones son pescadores y agricultores. Son anfibios que pertenecen a pueblos inundables donde se mantiene la tradición de la canoa”.

Cuando se recorre los diferentes caseríos es común observar la canoa pequeña colgada en los soportales de la chozas montuvias. Estas son el medio de transporte más común para salir de sus casas en época de lluvias, ya que como están ubicadas en zonas arrozales bajas, fácilmente se acumula la lluvia en invierno.

Paredes destaca que el montuvio de Samborodón ha desarrollado una actividad anfibia. En época seca trabaja más en la agricultura, sobre todo en la siembra del arroz, y en el invierno en la pesca de río.

En el astillero D’Anita, en el centro de Ciudad Samborondón, la actividad aumentó desde diciembre. Los martillazos sobre la madera se escuchan a medida que se acerca a la casa esquinera donde funciona.
 
Marcos Rodríguez (42 años de edad), el dueño de este astillero, hace un pausa al golpeteo sobre la base de una canoa. Cuenta que en estos tiempos ya no se las hace con un solo tronco, ahora se fabrican con piezas de madera guachapelí.

“Antes se hacían con un solo tronco cortado de raíz, pero con el tiempo eso cambió”. Dice que ya no hay árboles tan grandes para construir así.

Por eso en el letrero de su astillero se lee que es un depósito de madera donde hay tablas duras, semiduras, encofradas, tablones y tiras maestras que sirven para fabricar canoas.

Esta es una actividad que heredó de su padre ya fallecido hace 16 años. El deseo es que su hijo César, de 21 años, mantenga la tradición familiar, pero no guarda muchas esperanzas. El joven ayuda en estos días en el taller en la reparación de canoas, pero no cree que se mantendrá en el astillero.

Las canoas se reparan para que estén listas en la época de invierno, ya es un medio de transporte del montuvio. Foto: Mario Faustos/ EL COMERCIO.

Su padre dice que también la modernidad y las nuevas carreteras han reducido la actividad. Eso ocurrió en Tarifa, la primera parroquia rural que se encuentra en el camino a la cabecera cantonal, luego de pasar La Puntilla, de alto desarrollo urbanístico y comercial.

Antes la comunicación fluvial por el río Los Tintos era lo más común en Tarifa, pero con la construcción de una vía carrozable disminuyó.

El año pasado el astillero fabricó 12 canoas grandes, cuatro de canaletes y 10 a remo y otras reparaciones. Solo en diciembre hizo dos canoas.

En el astillo D’Anita la canoa más grande que se reparó es una que tiene 14,5 metros de largo, 1,50 m de ancho o boca y de 58 centímetros de alto. Es modelo samborondeña con el fondo tipo cajón, que se distingue de las salitreñas con fondo de tres piezas, que también llegan al taller para reparaciones.

Rodríguez señala que el trabajo aumenta por la cercanía del invierno. Las familias que viven en las zonas bajas donde se siembra el arroz normalmente se inundan y la canoa la usan para salir sus casas.

Samborondón es un cantón netamente arrocero. El 99% de la actividad comercial en la zona rural depende de la siembra, cosecha, pilado y venta de la gramínea, según la Municipalidad. En toda la campiña se observa desde principios de diciembre el inicio de la siembra de invierno y extensas plantaciones totalmente verdes por los cultivos de arroz.

Son 240 00 hectáreas que se siembran cada año en el cantón, según datos municipales.

Las canoas más grandes sirven para trasladar al arroz en cáscara desde las zonas de sembríos hasta las piladoras. Además, se transportan pasajeros, sobre todo estudiantes en días laborales, y los fines de semana es el vehículo para conectar con la ciudad para hacer las compras e ir a la iglesia.

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