Diego Kang, cuyo nombre artístico es Van Der Kang, trabaja las primeras veladuras de su obra. Foto: Mario Faustos/EL COMERCIO
Los colegas de Fabio Bajaña, artistas participantes de la residencia, se sientan por momentos a su alrededor para ayudar a doblar pedazos de papel de partituras musicales que sujetan con pegamento.
Forman cubos, conos diminutos o erizan el papel hasta formar una suerte de volutas, como abstraídos por el disfrute del trabajo manual. Bajaña, que ganó el tercer premio del Salón de Julio 2011 por una obra con papel de directorio telefónico, usa esas piezas de papel como material para hacer sus cuadros.
El músico y artista visual sujeta a los bastidores esos trozos de partituras de diferentes tonos logrando composiciones, texturas y relieves, como en un intento por trasladar el concepto de ‘ritmo’ de la música a la visualidad de los cuadros.
El proyecto de Bajaña es uno de los 38 que toma forma en la sala temporal del Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo (MAAC), convertida desde inicios de agosto, durante siete semanas, en el taller abierto al público que es la Residencia 103M.
Jóvenes artistas de Guayaquil, estudiantes de la Universidad de las Artes del Ecuador (UArtes), invierten el orden convencional de la obra que se produce en un estudio para luego ser expuesta en el museo. El museo se convierte en lugar de creación.
Y el producto de la residencia, 38 exposiciones individuales, se mostrarán en galerías o en espacios alternativos, en lugares públicos e inclusive en el barrio o la casa de algunos de ellos.
El proyecto propone un diálogo entre el artista en su proceso creativo, con sus compañeros, profesores, con los colegas visitantes y con el espectador. La sala del museo guayaquileño luce cada vez más estrecha a medida que los artistas avanzan en sus obras y llegan más materiales.
Xavier Coronel, trabaja piezas de gran formato (1,80 metros por 2,98) y ha comenzado a ocupar una parte del pasillo con sus marcos.
El artista parte de fotografías de paisajes de la Costa ecuatoriana, para sustraer y agregar elementos casi hasta la abstracción. En las pinturas, de colores grises, comienza a irrumpir también el diseño de platillos voladores de la película ‘Marcianos al ataque’, de 1996. “Sí es raro que la gente venga y te vea trabajar, porque es algo privado. Pero se comparte mucho con los compañeros y nos criticamos entre todos”, dice Coronel, uno de los finalistas de la actual edición del Salón de Julio.
La residencia incluye secciones críticas bipersonales, colectivas o con el profesor. El programa surgió de la clase Poéticas Pictóricas II, de octavo semestre de la carrera de artes visuales de la UArtes, que dicta Brito y propone reflexiones sobre la pintura contemporánea.
La idea era plantear un programa acorde al nivel de los artistas, graduados del Instituto Tecnológico de Artes del Ecuador (ITAE), absorbida por la Universidad, muchos de ellos ya con una trayectoria y con premios acumulados como el propio Jorge Morocho, dos veces ganador del salón juliano.
103M es el número del aula donde se cristalizó la idea del proyecto en la Universidad. Y el término residencia implica estar, ocupar, producir arte de forma colectiva, explica Brito. “El aula-museo se convierte en un lugar transparente, abierto al escrutinio y perspicacia del espectador, donde los artistas anulan el secretismo y desde la seriedad académica, que una clase implica, comparten con el público cada experiencia de su proceso creativo”, refiere.
Diego Kang usa su nombre artístico, Van Der Kang, en su pequeño espacio de la sala temporal del MAAC, de menos de tres metros de largo, allí cuelgan bocetos en cartón, tela, papel, collage y bastidores con los primeros trazos, capas de pintura que luego conformarán veladuras en las obras.
Kang trabaja alrededor de estudios de pintura bélica, a partir de las guerras del opio en China en el siglo XIX. Un conflicto que, a la postre, impulsó las migraciones masivas de chinos hacia América, unos escaparon de la guerra y otros vinieron en calidad de semiesclavos, cuenta.
El artista de 24 años propone relecturas de imágenes como las pinturas de la dinastía Qing, cruzadas con la caricatura que surgía en Europa y Estados Unidos con relación a las guerras del opio.
Los bocetos harán parte de su exposición, en la que jugará con la idea del taller del pintor, “en una relación entre el boceto y lo que se podría considerar como pintura finalizada”.