El arte perdura en el cementerio de San Diego

El mausoleo del capitán Hugo Ordóñez, 1952, recuerdo de su esposa e hijos. Foto: Armando Prado/EL COMERCIO

El mausoleo del capitán Hugo Ordóñez, 1952, recuerdo de su esposa e hijos. Foto: Armando Prado/EL COMERCIO

Teodoro Larrea falleció en Cannes, Francia, su familia levantó el mausoleo en 1945. Foto: Armando Prado/EL COMERCIO

El actual cementerio de San Diego fue inaugurado en 1872, en reemplazo de una pequeña necrópolis que, según cuenta la tradición quiteña, dio cabida a los restos de los soldados muertos en la Batalla de Pichincha, de 1822.

El mausoleo del capitán Hugo Ordóñez, 1952, recuerdo de su esposa e hijos. Foto: Armando Prado/EL COMERCIO

Durante varias décadas fue el preferido por lo más granado de la sociedad quiteña, y arquitectos renombrados de la época -como Pietro Capurro, Luis Mideros y Francisco Durini- diseñaron lápidas, columbarios y mausoleos, algunos de corte monumental.

Un recorrido por sus caminerías empedradas permite apreciar la mezcla de estilos (clásico, neoclásico, neobarroco o romántico), que adornan las tumbas de muchas familias influyentes de principios del siglo XX.

Un detalle de la tumba de Luis Paredes Rubiánez, fallecido en 1955. Se puede observar el eficiente tratamiento de la piedra. El realismo de la escultura tiene gran impacto visual. Foto: Armando Prado/EL COMERCIO

Los ángeles tallados en mármol italiano o los santos de granito asombran por su perfección y han resistido más de cien años en el cambiante clima quiteño. El ejercicio fotográfico consistió en sacar a la luz esos detalles y mostrarlos en su real magnitud.

La tumba de Mercedes viuda de Gangotena, de 1882, junto al mausoleo blanco. Foto: Armando Prado/EL COMERCIO

Detalle del ángel de mármol que adorna la cripta de la familia Izurieta-Chiriboga. Foto: Armando Prado/EL COMERCIO

El mausoleo de la familia Palacios-Alvarado. No tiene una fecha de registro. Foto: Armando Prado/EL COMERCIO

Suplementos digitales