Ana María Santacruz: ‘El plan de mi vida era meter la pata’

Ana María Santacruz. Foto: Vicente Costales /El Comercio

Ana María Santacruz. Foto: Vicente Costales /El Comercio

Introducción:

Ana María Santacruz es eléctrica, una mujer diminuta que parece enorme gracias a su forma alegre y desenvuelta de hablar. Y es “todera”; igual se entusiasma con los ‘spa’ que regenta (estudió estética), que siendo la gerente de servicios de FedEx (como fue por 10 años) o con una venta de garaje. Pero lo que más la define es que no le teme al cambio.

Por eso ya se está preparando para en un año y medio mudarse con su pequeño José María a EE.UU., donde ya los espera su esposo (Alián), con quien hizo realidad el sueño de su vida: ser mamá. Y como buena mamá primeriza no suelta, ni por un minuto de esta conversación, a su bebé.

Testimonio:

Cuando a mí de chiquita me preguntaban qué quería ser de grande, yo decía: mamá y doctora. Toda la vida. Y gimnasta olímpica. Pero como era revaga en el colegio, mis papás me dijeron: chao gimnasia olímpica, porque eran los estudios o era la gimnasia.

Yo siempre quise ser mamá, pero no se daba. Estuve con dos parejas anteriores y no pasó. Hasta Alián, nunca me casé; era soltera empedernida, era una ejecutivaza que si metía la pata iba a ser feliz. Literalmente, el plan era ‘meter la pata’.

O sea, rico enamorarse, pero tener una pareja no era el objetivo, sino tener un hijo. Cuando tenía 18 años y me fui a estudiar (primero a EE.UU. y luego a Chile) le escribí una carta a mi papá en la que le decía: “Viejo, por si acaso dirasle a tu vieja que yo pretendo estudiar, tal vez regrese al Ecuador o no, pero más menos como a los 30, después de haber trabajado, estudiado y darme un año sabático mi intención es quedarme embarazada. Si es que me enamoro hermoso, y si no pasa hasta los 35, meto la pata”. Quería que se hagan a la idea.

Pero llegué a los 35 años y no había metido la pata. Y uno tiene un esquema, muy de las familias de aquí, que dicta que tienes que casarte con un médico, un abogado o un ingeniero agrónomo, de sociedad y apellido… y en ese sentido yo he sido la oveja negra porque me vale tres pepinos. Me parece alhaja, pero no es mi estilo.

Un día conocí a un muchacho que rompió todos mis esquemas; es menor con 11 años, en ese momento era mesero y llenó mi mundo. Ya estamos 4 años y medio juntos. Es el opuesto a mí que soy un fosforito; mientras yo voy a 4 000 km por hora, a él va a 4. Pero él es mi centro y yo soy su pulga.

A los dos años decidimos casarnos, pero no nos quedábamos embarazados. Así que yo ya daba por hecho que tenía que hacer un tratamiento in vitro. Y cuando ya tenía hecha una cita con el médico para marzo, en febrero me sentí supermal y fui al doctor y resulta que estaba embarazada. O sea, ya me había hecho a la idea de que no podía embarazarme y creo que fue ahí que me desbloqueé.

Mi embarazo fue accidentado, pero fue maravilloso; la verdad no creo que fuera por mi edad, sino porque mi útero no es muy amigable. Eso sí, no es lo mismo tener un hijo a esta edad, te cansas mucho más; yo le veo a mi prima de 20 con su hijo y está perfecta; yo hay días que termino hecha un estropajo. Para mí ser mamá a los 40 es cheverísimo, porque tengo un poco más de madurez. Eso le agradezco a los 40: sigues siendo nena, pero ya eres mujercita.

Y si Dios lo permite tendré otro bebé. Ahorita la recomendación es que no lo intente. Mi marido tiene mucho susto, pero hay que ver. Yo no estoy descartando nada.

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