3 974 alumnos reciben clases en aulas hospitalarias este año

Marlon, de 9 años, recibe clases junto a su maestra, Gina Hidalgo, en el Hospital del IESS, Carlos Andrade Marín. Foto: Diego Pallero

Marlon, de 9 años, recibe clases junto a su maestra, Gina Hidalgo, en el Hospital del IESS, Carlos Andrade Marín. Foto: Diego Pallero

Marlon, de 9 años, recibe clases junto a su maestra, Gina Hidalgo, en el Hospital del IESS, Carlos Andrade Marín. Foto: Diego Pallero

Hace 15 días, Fernanda sufrió una recaída en sus problemas de anorexia y bulimia, que desencadenaron un cuadro de desnutrición crónica, y comenzó a tener dificultades con el corazón. Su caso fue tan grave que sus padres debieron trasladarla al Hospital Carlos Andrade Marín, en el centro norte de Quito.

La alumna, de 17 años, cursa el último año de Bachillerato. Tras ser internada, su principal preocupación era evitar perder las clases del colegio, ya que quiere graduarse este año para iniciar sus estudios de Arquitectura en la Universidad San Francisco de Quito.

Por eso, ella se inscribió en el Programa de Atención Educativa Hospitalaria, implementado por el Ministerio de Educación desde el 2006, para garantizar los estudios de los jóvenes que no pueden ir a clases por estar hospitalizados. Todos los días, a partir de las 07:00, niños y adolescentes reciben las clases en las 29 aulas hospitalarias de centros de salud del Ecuador.

El programa cuenta con 59 profesores y benefició a 3 974 chicos, desde enero hasta octubre de este 2016. Para finales de año se espera tener 25 aulas más, para ayudar a 38 000 chicos. Para el 2017, la meta es contar con 50 aulas para 69 320 jóvenes. Esto incluye vincular a otros 400 docentes.

Lucía Añasco, directora Nacional de Educación Especializada e Inclusiva de esa Cartera, explica que las materias y contenidos que estudian los alumnos bajo este programa, se desarrollan a la par de lo que reciben en los centros en donde se educan de modo formal. La idea es que no exista un desfase académico por ingresar a un centro asistencial, no se desvincula del contexto educativo de los compañeros. “Nos aseguramos de que el niño o niña vuelva a vincularse a su colegio o escuela luego de terminar el tratamiento”.

Los alumnos que se encuentran más delicados de salud se benefician de las aulas móviles. Esto consiste en que los maestros visiten a los pacientes en sus habitaciones del centro asistencial y allí les dicten clases. En una colorida caja de madera, los profesores llevan libros, reglas, lápices, esferográficos, juegos didácticos, una pizarra y otros materiales para enseñarles.

La tarde del jueves pasado, la profesora Gina Hidalgo, de 46 años, visitó la habitación de Fernanda. Juntas repasaron Física y Matemática, las materias preferidas de la joven. “De su colegio le envían copias de lo que avanzan y ella se iguala”, cuenta Mercedes Velásquez, madre de la adolescente, quien la acompaña hasta 18 horas diarias en el hospital. A Fernanda le agrada repasar movimientos ondulatorios y revisa inglés por las tardes para mantenerse ocupada luego de las clases.

Ese mismo día, Hidalgo estuvo con Marlon, de 9 años, quien padece diabetes tipo B.

Él nació en Atuntaqui (Imbabura) y hace dos semanas acude a las aulas hospitalarias. Su madre, Jenny García, lo acompaña en el hospital. Cuando terminan las clases, él cuenta que extraña a su profesora y la busca en el salón en horas
de la noche.

Toca la puerta, nadie le contesta y debe esperar a que sean las 07:00 del otro día cuando se inicia la jornada. En varias ocasiones, Hidalgo ha regresado de su casa al hospital, para conversar con los estudiantes y sus parientes. “Hay casos de niños que vienen de otras provincias. Me gusta ayudar a esas familias y las acompaño”.

Las palabras ‘Aulas Hospitalarias’ aparecen bordadas sobre el delantal de la maestra. Es un uniforme que sigue normas de biodiversidad para precautelar la salud de los chicos. La docente Martha Carvajal también utiliza la misma prenda para enseñar a sus alumnos en el Hospital Militar de capital.

Ella vive en la parroquia El Quinche (nororiente de Quito) y todos los días se levanta a las 04:00 para salir a trabajar. Llora al recordar que una de sus alumnas murió de cáncer, pero eso le ayudó a ser más cariñosa con los estudiantes. Los admira por su lucha diaria.
Pero el Programa de Atención Educativa Hospitalaria no es el único que ayuda a los estudiantes que requieren recibir formación académica especial por problemas médicos.

De hecho, el Ministerio de Educación implementa el proyecto piloto de aulas domiciliares junto con la Fundación Camila Salomé. La presidenta de ese centro, Rocío Zapata, cuenta que creó la organización en honor a su hija, quien murió hace dos años de cáncer al cerebro. “No tuve apoyo de los colegios de mi hija, fue rechazada. Ella quería estudiar, pero convulsionaba y no podía ir a la escuela”.

La tarde del miércoles, la maestra Paulina Basantes, quien trabaja con esa organización, visitó la casa de Juan, de 15 años. Él tiene un tumor cerebral y requiere la visita de un maestro en casa. Su madre, Fresia Torres, de 42 años, cuenta que en Solca recibió clases hospitalarias y perdió un ciclo tras una operación en la cabeza. Hace un año fue víctima de bullying en el colegio donde estudiaba y los profesores no lo ayudaron. Se retiró.

Con Fernanda no pasa lo mismo, pues sus amigos del colegio la visitan en el hospital. Siempre le dan ánimos y esperan que pronto regrese a clases para graduarse con ella.

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