Es la pregunta del presente: ¿hacia dónde deben crecer las ciudades? Dos ponencias urbanísticas se enfrentan: la que defiende el crecimiento vertical como la única solución racional; y la que piensa que la extensión hacia las periferias no es mala, si se realiza una planificación urbana coherente, como en Ciudad Quitumbe.
Lo cierto es que al aumentar los metros cuadrados residenciales en las zonas consolidadas, varios miles de personas volverían a vivir más cerca de su lugar de trabajo. Y eso tendría beneficios urbanos.
Se mejoraría el tránsito en los famosos cuellos de botella que tiene la capital, por ejemplo. Se contaminaría menos el ambiente y el agobiado sistema de transporte público se aliviaría en algo.
Quienes se oponen al crecimiento en altura también esgrimen sus argumentos.
Unos son técnicos, como el hecho que al levantar un edificio de varias decenas de departamentos en donde hubo una casa familiar, podrían colapsar los sistemas de evacuación de aguas servidas y alcantarillado.
Otros criterios pasan por la defensa de barrios considerados emblemáticos y hasta patrimoniales, como La Floresta, La Vicentina, la América…
El asunto es complicado, pero creo que estas dos posiciones no deben enfrentarse como si fueran dos religiones diferentes. El sentido común y la visión entrenada de varios arquitectos sugieren que la solución está en adaptarse a cada situación y en desarrollar una política urbana que parta de las circunstancias concretas de cada lugar.
De hecho, hay barrios y zonas que no deben tocarse y otros que sí, pues están subutilizados o tugurizados. Y corresponde al Municipio dar luz a esas políticas. ¿Usted qué opina?