En la base del monumento del Panecillo, una imagen de la Virgen Alada de Legarda da la bienvenida a los visitantes del lugar. Fotos: Galo Paguay / EL COMERCIO
Enfermedades superadas, trabajos conseguidos, logros barriales concedidos. Los altares a los santos en los rincones de Quito son tantos como las razones que sus priostes les otorgan para ser parte del paisaje capitalino.
En ventanas, plazoletas y grutas las figuras de San Miguel Arcángel, San Gabriel, San Rafael, la Virgen del Cisne, Jesús del Gran Poder y otros santos y vírgenes más son el reflejo de una ciudad en la que sus habitantes guardan una tradición que llegó con la Colonia y que al parecer continúa en el ADN de los vecinos.
Las historias son innumerables: Miguel Ángel Escobar heredó la fe en los ángeles de su hermana y a ellos les agradece la buena fortuna tras una cirugía.
Conseguir un trabajo en España motivó a que Carlos Hinojosa construyera una gruta para la Virgen de El Cisne. Y en el barrio Verdepamba, los pobladores le piden protección diaria a Jesús del Gran Poder.
Ellos son los protagonistas de estas instantáneas de la fe.
En Verdepamba, Píntag, Mercedes Yánez custodia la imagen de Jesús del Gran Poder, cuya fiesta se celebra en Carnaval.
Miguel Ángel Escobar tiene a los arcángeles San Gabriel, San Miguel y San Rafael como guardianes de su casa en La Tola.
Una gruta en honor al Divino Niño se levanta en una de las calles cercanas al cerro Auki. Los vecinos son sus priostes.
En el barrio Obrero Independiente, Julio Aucay compró una casa con un altar a la Virgen del Cisne. Por devoción lo mantuvo.
En El Dorado, el Divino Niño es parte del ornato del barrio. Las flores se cuidan para que el altar siempre luzca colorido.