Miles de autos inundando las calles capitalinas. Transeuntes apresurando el paso al ritmo del anocher. Pasajeros abriéndose paso por los pasillos de los buses. El panorama arquetípico de un viernes por la tarde en la ciudad. En medio de una decena de edificios altísimos, al norte de Quito, se levanta tímidamente una de las sucursales de Al Forno, como una tregua al acelerado pasar de las horas.
El establecimiento se ubica en una casa con un amplio jardín y adaptada a las necesidades de un restaurante. El toque mágico lo ponen los amplios ventanales que dan la sensación de estar disfrutando de una cena (o almuerzo) al aire libre. Y en la noche las luces de las lámparas reflejadas- a la infinita potencia- en los cristales se entremezclan con las de los edificios, dando un efecto de irrealidad.
Así, tomar asiento significa entregarse al momento. Las preocupaciones van desapareciendo de a poco, con una aceleración directamente proporcional, a la cantidad de pan caliente– con aceite de oliva y vinagre balsámico para remojar- que se sirva en la mesa. Un acertado entremés.
Al Forno Pizzería inició en el 2004 con un local en La Mariscal. Se distinguen por sus masas de colores y horneado a leña. Foto: María Isabel Valarezo/ EL COMERCIO
No es necesario que llegue el mesero con las cartas, porque el menú viene incluido en los individuales de cada mesa. El comensal puede pasar un buen tiempo ojeando las casi 100 combinaciones de pizzas, y otro buen rato más decidiéndose por una o dos variedades. Hay preparaciones vegetarianas, con embutidos- coronadas con franjas de delicioso prosciutto-, con mariscos y hasta con masas de colores.
Santina Rosano, al mando de la pizzería, cuenta que le tomó 10 años posicionar (sacando de su zona de confort a unos cuantos ‘foodies’) la pizza de masa negra, que obtiene su característico color de la tinta de calamar. Y espera en el futuro lograr la aceptación masiva de las pizzas con masa roja (de remolacha), verde (de albahaca) y amarilla, tinturada con zanahoria y azafrán.
El horneado es otro encanto del lugar. El secreto (no tan secreto) es cocinar las masas exclusivamente en hornos de leña. Solo así es posible otorgarle esa sensación de sabor antiguo, genuino, capaz de transportar al comensal a su infancia. Ese sabor que a Santina le recuerda al pan que hacía su abuela, en el sur de Italia.
Lo cierto es que las pizzas de Al Forno- artesanales, gourmet y con masas coloreadas- son únicas en su clase. No hay otra igual en la ciudad y tampoco en Italia. Sin revelar demasiado de la receta, que en cuanto a ingredientes no dista de la clásica, Rosano explica que cuida mucho la calidad y de lograr una masa delgada y digerible.
Si el gusto del aceite de oliva en armonía con el vinagre balsámico (de la entrada) no fue suficiente para disipar las preocupaciones, seguro lo hace el aroma de las pizzas aproximándose a la mesa, sobre todo si se trata de una que combina cuatro tipos distintos de quesos.
Después de la degustación la deducción del extremo cuidado que se tiene al elaborar cada una de las pizzas se vuelve certeza. Pablo Cruz, el chef que guía el recorrido gastronómico por la urbe, destaca que no han olvidado ningún detalle, se logra una comunión por poco perfecta de la masa, la salsa, el queso y los ingredientes a elección. El único pero, son unas salchichas que estuvieron de más (por su sabor discordante) en la pizza de embutidos.
Es fácil distinguir que los ingredientes son de buena calidad. Se nota en el sabor, dice el experto. Para lograr esta cualidad fue necesaria una celada selección de insumos, y también no dejar de experimentar y recibir nuevas propuestas de productos señala Santina.
La noche avanza y los platos van quedando vacíos. El fin de la degustación no marca el fin de la hechizo y ya probados los manjares ya no hay ni rastros de las brumas mentales. El gustillo que dejaron las pizzas no se aplaca por el transcurso de los minutos, queda en el paladar y se calca en la memoria.
Precios: USD 9- USD 15 (un solo tamaño)
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