Los indicadores económicos actuales delinean que la construcción vive una paralización.
Ese factor afecta a todas las actividades que tienen relación -directa o indirecta- con el sector.
La mano de obra, calificada o no, también sufre por ese frenazo que, según varios promotores consultados, no llega a la recesión. Lo cierto es que el mercado laboral de albañiles y maestros vive una situación difícil.
La paralización de proyectos y la escasa proyección de nuevos emprendimientos inmobiliarios o públicos significa menos puestos de trabajo y más problemas para ese conglomerado social.
La alta tasa de informalidad de los trabajadores de la construcción ahonda la situación. Según el censo económico del 2010, el 5,3% de albañiles no son afiliados al IESS, por la alta tasa de movilidad que tiene la actividad. Muchos viven de lo que les gotea de las ‘chauchas’, que son un día sí y otro no.
Si bien en la década anterior hubo una fuerte migración de trabajadores de la construcción ecuatorianos hacia países más desarrollados, como los europeos, ese nicho fue rápidamente ocupado por los migrantes regionales, especialmente colombianos y peruanos, para quienes el dólar era una moneda mucho más fuerte que la de sus países. Panorama que no ha cambiado.
Los casos de Cañar y Azuay son paradigmáticos. En la actualidad se observa un incremento de albañiles cuyo país de origen es Haití, por la alta tasa de inmigrantes que llegan de ese país (3 029 en el 2012, según el INEC).
Existe un proyecto estatal para dinamizar la construcción de vivienda popular. Es de esperar que funcione, porque si no el horizonte de los sacrificados albañiles se volverá más frágil que un bloque mal fraguado.