En la Edad Media, ciertas riñas que surgían en el interior de las monarquías se resolvían disputando una partida de ajedrez viviente. Esclavos conformaban las fichas del tablero: se disfrazaban de reyes, reinas, torres, alfiles, caballos o peones, según la necesidad histriónica de turno.
Esta dinámica está recreada en la pieza teatral ‘Ajedrez viviente’, en la que participan estudiantes con discapacidad auditiva de la Escuela Municipal Audición y Lenguaje.
La trama plantea la ficticia disputa ajedrecista entre los príncipes Ariel y Sebastián. El ganador de la partida se quedará con la hermosa princesa Violeta. Cuentan, por supuesto, con la autorización del rey Byron y de la reina Ana.
Según Elena Betancourt, jefa del Departamento de Educación del Municipio de Guayaquil, quien tiene a su cargo las cinco escuelas que el Cabildo destina a personas con capacidades especiales, el objetivo de realizar esta obra responde a la necesidad que estos niños poseen de vivificar sus conocimientos teóricos para asimilarlos mejor. En este caso, el llevar a la praxis las clases de ajedrez que reciben en la Escuela Municipal Audición y Lenguaje. Los movimientos de las fichas-humanas se ajustan a las reglas universales de esta disciplina.
Washington Jaramillo, profesor de ajedrez de esta institución municipal, coincide con Betancourt. “Haciendo esta obra de ajedrez viviente están aprendiendo el equivalente a cinco años de enseñanza teórica de ajedrez”, dice Jaramillo.
Además, el instructor añade que las mismas estrategias mentales requeridas para la práctica de esta disciplina son aplicables en un contexto real que exige la misma inmediatez en la toma de decisiones.
Al captar tácticas de esta disciplina, considerada como la ‘gimnasia del cerebro’, los alumnos potencian las maneras de solucionar problemáticas en sus vida.
Jaramillo cree que con el ajedrez viviente, los alumnos captan al menos cuatro sentidos: el lógico -que implica una exhaustiva observación-, el razonamiento -que exige una digestión de lo captado-, el sentido común -donde ejecutan las asociaciones de rigor- y el analítico -que implica una postura crítica.
Durante la obra, que se estrena hoy a las 19:00 en el coliseo del Colegio Matilde Amador (norte de Guayaquil), los estudiantes persiguen con exactitud de relojeros los tiempos de la musicalización de fondo.
La terapeuta Pierina Chonillo asegura que se debe a que ellos sienten la música a través de las vibraciones del piso, que palpita en el instante en que recibe la sonorización. “Uno dice: ‘¿cómo pueden sentir eso (la música) si tienen sordera profunda?’ Es a través de la percepción de la vibración”.
Chonillo, además, considera que las actividades en el teatro les ayuda considerando que ellos siempre están en búsqueda de vías de expresión alternativas que compensen su imposibilidad auditiva.
Otra de las ventajas que esta especialista ve en ellos: su mayor capacidad de concentración, lo que facilita la captación de textos teatrales.
Ellos no reciben ruidos sonoros capaces de distraerlos de las instrucciones que les llegan, en este caso, leyendo los labios de sus maestros.