Este territorio de San Salvador de Cuba antes fue parte de una hacienda donde laboraban afrodescendientes. Foto: Lineida Castillo/EL COMERCIO
No llegaron por voluntad propia. Transcurría 1830 cuando arribaron –en calidad de esclavos desde Colombia– los primeros 40 afrodescendientes hasta el cantón azuayo de Santa Isabel. Fueron traídos para trabajar en las cuatro haciendas cañicultoras que existían en este territorio.
Con el tiempo –unos 100 años después- adquirieron su libertad, según la información recopilada por el diácono del lugar, Wilson Coronel. Entonces, las nuevas generaciones de los Santos, Cócheres, Congo y Dutas se quedaron y fundaron la comunidad de San Salvador, en la parroquia de Sulupali Grande.
Sulupali es un término cañari que significa tribu de negros. Y San Salvador está al otro lado del río Jubones en un ambiente cálido y sobrecargado de un paisaje de frutas tropicales como mangos, guineo, naranja, papaya…, la mayoría sembrados por los negros.
Las pequeñas casas, de ladrillo y madera, están dispersas en ese entorno aún carente de servicios básicos. La escuela de la comunidad cerró sus puertas hace más de cinco años y los niños caminan hasta Sulupali para estudiar allá.
Los adultos madrugan a trabajar en el cuidado de la caña, fréjol, tomate y otros frutales. Esto confirma que -como desde tiempos inmemorables- son trabajadores y que pese a cualquier adversidad de la vida, siguen alegres y libres.
Para Raúl Patiño, de 72 años, atrás quedaron los relatos de sus abuelos de cómo los castigaban cuando no agilitaban las tareas y lo hacían con las manos lastimadas por los cortes que producía la caña”.
En San Salvador viven los hermanos Roque y Jesús Santos, de 69 y 62 años, hijos de Natividad, la última mujer que llevaba marcado el glúteo con fuego. Falleció hace 18 años, a los 92 de edad. Era la letra U, por la inicial del apellido de los dueños de la hacienda para la cual laboró, contó Coronel, quien le dio los santos óleos.
A ‘mama Natividad’, como la llamaban, la recuerdan todos en este pueblo donde habitan 25 familias, pero solo unas cinco son de piel negra y cabello crespo, que los identifica con esta etnia. A Jesús le enseñó a cortar, cargar y moler la caña en una máquina hidráulica.
El resto de habitantes son mestizos. Por nuestras venas corre la sangre afrodescendiente, recalca Liduvina Congo, de piel trigueña y nieta de abuelos negros. Según ella, de sus ancestros heredó la cultura y la forma de vida. “Hasta hace unos 40 años, acá había solo negros”.
La vida de este pueblo empezó a cambiar por 1975, con la Reforma Agraria. Así recordó el lugareño Raúl Patiño. Las haciendas fueron divididas en lotes y entregadas –una parte- a los negros, que habían dejado su huella en el trabajo de la siembra y cosecha de la caña, y en el cuidado del ganado.
En 1989 llegó la Iglesia Católica –a través del padre José Luis Sánchez- a impartir su doctrina en la comunidad. La evangelización fue entendida para tener protagonismo religioso, social y organizativo. De esa experiencia salieron líderes como Patiño, quien unió a la gente con quienes hizo obras de beneficio común.
El sacerdote nos cambió la vida, nos levantó el autoestima y no hizo ver como personas luchadoras y valiosas, cuenta Patiño. Por eso, con el tiempo Rodríguez bautizó al pueblo como San Salvador de Cuba. “Nos igualaba con los revolucionarios y luchadores negros de ese país”, dice.
Pese a estos cambios, las familias de esta comunidad no han mejorado en igualdad de oportunidades. En la última década se registró una forzada migración interna. Muchos lugareños –en busca de un trabajo- trasladaron su residencia a Santa Isabel o Cuenca, en Azuay; o Pasaje, en la provincia de El Oro.
La mayoría regresa para poblar y dar vida al pueblo durante las fiestas familiares o de la comunidad. En esas urbes laboran como comerciantes o en restaurantes.
Eso lo confirmó Jesús Santos, quien tiene cuatro hijos. Dos viven en Guayaquil y Pasaje. En cambio, de los nueve hijos de Patiño solo tres viven en el pueblo. La Coordinadora de Pueblos Afros de Azuay tiene un registro de 17 000 afrodescendientes en esta provincia.