Acuarelas y memora para homenajear la Plaza Belmonte
El Día de los Inocentes se festejaba del 28 de diciembre al 6 de enero. Foto:
Estaba viva. No hay duda. La plaza de toros Belmonte, con sus graderíos, palcos y salones, fue, por más de 50 años, el epicentro de la fiesta, del deporte, del circo y de la quiteñidad.
Hablar con Ramiro Guarderas Iturralde, -arquitecto, dibujante y pintor de 86 años- es como dar un paseo por el Quito de los años 40, por sus calles estrechas y sus casas de teja, y conocer cómo era la vecindad en ese entonces.
En el libro ‘La Belmonte y yo’, que Guarderas acaba de lanzar el martes pasado, en la Casa de la Cultura, la tradicional plaza de toros cobra vida en 165 páginas.
Nada más abrirlo, el libro muestra a un Quito donde no había coliseos, locales ni grandes parques, y el único espacio para organizar eventos masivos era la plaza Belmonte.
Guarderas escribe de la plaza casi como si se tratara de su compañera o de un familiar. Con una memoria privilegiada, la recuerda al detalle, con sus sabores, olores y gritos, y narra cómo poco a poco terminó desplazada por otros espacios públicos, por el crecimiento propio de la urbe.
Sus bisabuelos fueron los dueños de toda la manzana entre las calles Oriente, Antepara, Pedro Fermín y León. En ese ruedo, de 30 m de diámetro, se realizaron 15 corridas de toros por año, cerca de 48 circos presentaron sus funciones, se jugaron campeonatos de básquet, hubo peleas de box y muestras de gimnasia... A partir de allí, el autor describe la convivencia y la cotidianidad, desde 1918, cuando su abuelo, Abel Guarderas, empezó la construcción de la plaza.
Pero cuando las corridas prefirieron la plaza Arenas, los circos hallaron espacios abiertos más amplios en otros lados y se inauguró el coliseo Julio César Hidalgo, el eco se adueñó de la Belmonte . Poco a poco fue quedando vacía, hasta que no le quedó más opción que funcionar como fábrica de muebles. En el 78, la familia negoció con el Municipio y se la entregó.
Desde la Belmonte se tejió también la política de la ciudad. El espacio sirvió para hacer mítines y para que personajes como Velasco Ibarra o Galo Plaza se acercaran al pueblo.
El verdadero tesoro de la publicación son las imágenes que acompañan al relato. Del puño del mismo Guarderas salieron 25 dibujos de plumilla acuarelada, técnica que junta la tinta y la acuarela. Logró captar e inmortalizar meticulosamente escenas que tomaban el pulso al lugar y a la ciudad.
Hojear el libro es dar un vistazo a los chullas que se amanecían en las cantinas, a las doñas que entraban a las boticas y al vecino que se disfrazaba de payaso o de mama chuchumeca en el Día de Inocentes. Esa era la fiesta más grande de la capital en ese entonces y se encendía cada año en la Belmonte.
Así, entre recuerdos e historia, Guarderas logra dibujar, con pinceles y palabras, el retrato del lugar que fue su hogar.
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