No está quieto en su silla. Se para, se saca los zapatos, se distrae fácilmente. Entre brincos, Kevin, de 5 años, da un empujón a uno de sus compañeros de la terapia de nivelación que recibe en el Instituto de Metodología Intelectual de Guayaquil. A una niña del salón prefiere ponerle apodos, como ‘señora patata’.
En la puerta, la psicóloga Arelly Zapata lo observa y trata de tranquilizarlo. Su diagnóstico: el entorno familiar, cultural y escolar han moldeado la conducta del niño. Ese comportamiento es el que replica ahora con sus pares más cercanos, en el aula.
Dentro de una clase cada alumno tiene su particularidad. Algunos son tranquilos, otros más dedicados al estudio, algunos son distraídos y otros disfrutan golpeando a los demás.
Cecilia Elizalde es maestra en una escuela del norte de Guayaquil. Luis estudia en su clase. A diario, el niño lleva en la mochila un disfraz del Hombre Araña.
Y a la hora del recreo se transforma en el superhéroe. Salta, grita y patea… “El Hombre Araña pelea con los malos”, dice el pequeño de 7 años. “Sí, pero sus amigos no son malos”, responde con paciencia la profesora.
Para Elizalde, esa agresividad nace en la familia. “Si ven actitudes de violencia en casa, los chicos lo toman como normal”.
Roosvelt Barros, máster en Educación, suma otros factores que influyen: la sociedad, la tecnología, la falta de cariño y la desintegración familiar moldean la conducta del niño hasta su adolescencia.Ernesto Quevedo, coordinador de la Facultad de Psicología de la Universidad de Guayaquil, resume esos factores y los define como socioculturales. También explica que el pequeño aprende de las experiencias de su contexto, es decir, lo que lo rodea desde su nacimiento.
Lo preocupante es que la agresividad se presenta cada vez a más temprana edad. Quevedo atribuye el problema a la complejidad de la sociedad actual.
El peso de la tecnología con sus videojuegos, películas y noticias violentas, más la ausencia de los padres por situaciones laborales influyen en el comportamiento.
Pero la agresión tiene dos caras. “En teoría: sujeto agresor, sujeto agredido”, explica Quevedo.
El sujeto agredido se vuelve introvertido, callado y teme ir a la escuela. Esta dualidad del acoso escolar se conoce como fenómeno ‘bullying’, término que proviene de la palabra bull (toro).
Así, en el aula, la agresión se puede disfrazarse de una broma e ir hasta abusos que pueden dejar secuelas físicas y sicológicas.
Los golpes son formas de acoso directo. El aislamiento social, el rechazo, la burla en alusión a rasgos físicos, de raza o religión son formas indirectas de maltrato, común en los preadolescentes.
En la Escuela Minerva, de la Universidad de Guayaquil, se aplica un método educativo peculiar para evitar casos de este tipo. Su directora, Aura Peña, explica que no solo enseñan, sino que se preocupan del perfil psicológico de cada niño.
Cada uno de los 340 estudiantes fue valorado por el Departamento de Orientación y Bienestar Estudiantil. “La maestra observa al niño, da un informe y luego se lo evalúa”, indica la psicopedagoga Heidi Loján.
Para el seguimiento en el aula, la escuela cuenta con el sistema de cámaras de Gesell. En el pasillo resaltan los vidrios que dejan ver el interior de las aulas.
Asomada junto al espejo, la psicóloga clínica Bella Aspiazu observa a los alumnos de segundo de básica. “No los seguimos constantemente, ayudamos al niño a que se sienta bien consigo mismo y con los demás”.
La terapeuta familiar Jeaneth Coello señala que la metodología de la escuela, basada en el constructivismo y el aprendizaje significativo, es la herramienta para que el niño no solo aprenda conocimientos sino también a manejar sus emociones.
De esta forma, los estudiantes aprenden a comunicarse y a desarrollar su pensamiento. “Así logramos que sus emociones, que por alguna razón se manifiestan con agresividad, se equiparen al razonamiento. Ahí aprenden que el diálogo es la forma de resolver los conflictos”.