Cada mañana, unos jóvenes llegan hasta la casa de Acción Ecológica, ubicada en La Gasca (centro-norte) de Quito.
Sus edades no superan los 26 años. Aunque son fundamentalmente de Quito, provienen de todo el país y del extranjero.
Son los denominados Yasunidos, que quieren recoger más de 600 000 firmas que viabilicen una consulta popular y así evitar la extracción petrolera en el Yasuní.
En esa casa, cuyo patio trasero es un minibosque incrustado en la ciudad, con cuartos posteriores que parecen bohíos, ofrecieron una conferencia de prensa. En ella anunciaron que ya están en la recta final para conseguir las 120 000 rúbricas que les faltaba hasta la semana anterior.
En la mesa central, eran todos jóvenes. De los periodistas, la mayoría no superaba los 35 años. Y entre el público, apenas tres rebasaban el medio siglo.
Una de ellos era Esperanza Martínez, representante de Acción Ecológica. Arrimada a un árbol, veía a los chicos sostener su posición ante la pregunta de los periodistas. Algo había en su mirada. Con una luminosidad propia de una madre que ve con orgullo a sus hijos. “¡Ay, sí!”, exclama cuando se le pregunta por esa sonrisa. Sus ojos se humedecen. Su orgullo tiene una razón: ellos la superan.
El compromiso con la causa está acompañado de una coherencia: la ideología de los miembros del grupo va de la mano con una práctica de vida.
“Algo diferente a cuando yo era joven, cuando toda la militancia se expresaba con la protesta en la calle, que no estaba mal, pero ahora es distinto”, dice Martínez.
Al menos la mitad son vegetarianos, algunos incluso veganos (no comen ningún producto derivado de un animal); todos andan en bicicleta.
“Yo sé que muchos miran esto como una radicalidad hasta infantil”, dice Jorge Espinosa, estudiante de arquitectura.
Pero entiende que las radicalidades se han transformado a lo largo de la historia: lo que era drástico antes ya no lo es ahora. Y nacerán nuevas radicalidades, dice. Si hace 300 años, ejemplifica, era natural tener un rey, los infantiles eran aquellos que pensaban en una república y en una democracia.
Yasunidos es un colectivo de colectivos. Como tal no tiene una organización estructurada. No tiene la disciplina de la militancia de un partido político.
No hay un registro de quiénes y cuántos son ni pueden decir con precisión cuántas personas son las que están en las brigadas de recolección de firmas. Solo dicen que hay más de 100 en todo el país.
Tampoco tienen un verdadero mapeo de cuáles ni cuántos son los colectivos que se movilizan en esta campaña.
Hasta toman con humor, fastidio e incluso como marco referencial un supuesto informe detallado de Inteligencia de la Policía Nacional, filtrado por Anonymus y que circula por la red, para saber de qué mismo está constituido Yasunidos.
De lo que sí tienen certeza los miembros de este colectivo es que tienen orígenes distintos. No son solo ecologistas o animalistas, sino que se han unido aquellos que están a favor de los derechos civiles, de la despenalización del aborto, de las libertades sexuales y el matrimonio igualitario, entre otros.
Con ellos están los colectivos Resiste Yasuní, Igualdad de Derechos Ya, Causana, Libertad Animalista, de la Asociación de Peatones, entre otros.
Además, tienen el apoyo del Frente Popular y de la Ecuarunari. Acción Ecológica les ha servido también como sede.
Pero todos, en la actual coyuntura, prefieren definirse como Yasunidos.
La defensa del Yasuní tiene dos corrientes, según Patricia Carrión. Una, a la que pertenecen aquellos que tienen una postura desde los valores, de sentirse parte de la vida, como los ecologistas.
La otra corriente la conforman aquellos que no necesariamente son y podrían no tener un comportamiento ecologista, pero que tienen una visión más política y social. Entre otros motivos, porque se trataría de un proyecto para entender que puede haber otras formas de desarrollo que no dependan del crudo y de cualquier forma de extractivismo.
Para ellos la defensa de la biodiversidad del Yasuní tiene su contraparte: defender la diversidad cultural del país. “Esta es la defensa de la vida”, sostiene Antonella Calle.
Estos jóvenes nacieron cuando ya comenzaba a ser una preocupación el calentamiento global. Por ello siempre creyeron en la Iniciativa Yasuní, que pretendía dejar bajo tierra el petróleo que hay en el ITT.
El 15 de agosto del 2013 -cuando el presidente Rafael Correa puso fin al proyecto- es la fecha fundacional de su desencanto, pero también de su organización. No saben qué ocurrirá después: si los colectivos que la conforman volverán a sus orígenes o si seguirán unidos.
Lo que tienen claro es que Yasuní representa una utopía, que va más allá de un futuro incierto y lejano. Para ellos tiene nombre y tiene territorio, que hoy depende de 600 000 firmas que deben presentar al CNE hasta el 12 de abril.
En contexto
Yasunidos apoya la pregunta: “¿Está de acuerdo que el Gobierno ecuatoriano mantenga el crudo del ITT, conocido como bloque 43, indefinidamente bajo suelo?”. También hay otros dos proyectos de consulta popular sobre el futuro del crudo del ITT.
Lea mañana: El envés de la utopía: las razones del Gobierno para extraer petróleo en el Yasuní.