Durante agosto y septiembre hemos vivido bajo la amenaza del fuego. Miles de incendios consumieron bosques y matorrales, mataron animales silvestres y alcanzaron incluso alguna vivienda. Todos en la capital hablaban de lo mismo, el taxista y la oficinista, la vecina y la sabatina, el empresario y el presidiario; cada quien formulaba su teoría. Que es producto del calentamiento global, que son enemigos del Gobierno o del Municipio, que son campesinos acostumbrados a quemar los campos, que son incendios espontáneos. A alguien se le ocurrió decir, puesto que le habían puesto el micrófono en la cara, que era el verano más fuerte en 30 años y el dato quedó establecido oficialmente para reporteros y forasteros.
Los medios sembraron en nosotros dos imágenes indelebles: el Alcalde disfrazado de bombero y grupos de pobladores azotando con ramas las llamas. Dos imágenes preñadas de sentido. La de los pobladores azotando a ramalazos el fuego disgustó al Alcalde, porque habla, con elocuencia, de la impotencia de la ciudad, de la escasez de bomberos, de la ausencia de hidrantes, de la desesperación de pobladores. Mala imagen, claro, para la Alcaldía que asegura no le hace justicia.
Otra imagen, la del Alcalde como bombero, es también sugestiva. Pretendía, probablemente, presentar al burgomaestre como la solución del problema pues en tiempo de incendios no buscamos alcaldes sino bomberos. Quería, tal vez, decir que todo está bajo control ya que el primer bombero de la ciudad es el Alcalde, y si él está allí, quiere decir que no hay peligro real. Las imágenes que presentan los medios nos alarman o nos tranquilizan, pero no resuelven los problemas. La medida más efectiva debe haber sido el agua, acarreada desde los reservorios, con baldes gigantescos y arrojada desde helicópteros. Pero en estos tiempos de cultivo de la imagen, no estaría mal que el Alcalde, disfrazado de brujo, diera inicio a la danza de la lluvia. Cuando la técnica no resuelve algo, hay que volver a la magia y la danza de la lluvia ofrece garantías de eficacia, basta con prolongar la danza hasta que llueva. Tampoco estaría mal que, apelando a la religión, saliera con sayo y cruz a presidir rogativas para que se adelante el cordonazo de San Francisco.
Pasará el verano, vendrán las lluvias y, sin la vegetación de las laderas, es posible que vengan deslaves e inundaciones. Entonces los quiteños, con el Alcalde por delante, saldremos a cantar: “San Isidro labrador, quita las aguas y pon el sol”.
Algunos comentaristas del sentido común han sugerido que se resten unos minutos a las largas y frecuentes cadenas del Gobierno y que esos minutos sean dedicados a instruir a los ciudadanos y advertir a los que juegan con candela, para evitar peligrosos incendios como los de este verano.