Julián es un actor argentino que reside en Madrid y que está obsesionado con encontrar un nuevo hogar para su perro, llamado Truman, pues padece una enfermedad terminal y no le preocupa su futuro sino el de su mascota, que ha sido su única compañía.
Si alguien esperaba un discurso tibio, centrado en agradecimientos a la familia y al equipo de producción, entonces debían seguir otra ceremonia de premios, no los Goya, entregados en la noche de ayer (6 de febrero del 2015).
Nada hay mas trillado que la muerte en el cine y en las series de televisión. Perdón: que los muertos, que no es lo mismo. Uno navega por los canales y va de crimen en crimen, hartándose de efectos especiales y persecuciones, como en los videojuegos. Más raras son las películas de alguien que recibe la noticia de un cáncer terminal. En estos casos, no es el espectáculo truculento de disparos y estallidos y camisas bañadas en salsa de tomate lo que pretende llamar la atención; ahora se trata de un silencioso protagonista que ha emprendido en el cuerpo la parte final de su trabajo y que, al delatarse en los exámenes médicos, obliga al personaje a enfrentar la situación. Ahora, la procesión va por dentro, y para que funcione en la pantalla se necesita, ante todo, de muy buenos actores.