Las figuras de Anastasio Somoza Debayle y de Daniel Ortega Saavedra terminaron por converger en los más de 40 años que las separan.
Una de las escenas muestra a la turba hambrienta matando a golpes a un caballo famélico en medio de una carretera. La siguiente es una toma aérea secuencial de un paso fronterizo entre dos naciones que registra durante varios meses caravanas de miles de personas cruzando al otro lado. Otra escena descubre algo que nunca llegan a ver los turistas: el estado ruinoso de las casas de una de las ciudades emblemáticas de la época colonial en América, y allí, en medio de la miseria y el hacinamiento, un hombre vacía desde un segundo piso el cubo de los desperdicios humanos. Finalmente, en una esquina de otra ciudad, una imagen captura el momento en que milicias urbanas armadas por el gobierno cobran peajes a los vehículos que transitan por esa vía.
El Gobierno de Colombia consideró este viernes 9 de agosto de 2019 que una vez termine la "tiranía" de Nicolás Maduro en Venezuela y se restaure la democracia en ese país será posible coordinar acciones contra el narcotráfico y el lavado de activos de la mano con Estados Unidos.
El expresidente colombiano Álvaro Uribe manifestó este 23 de abril del 2017 que hay que "remover la tiranía de Venezuela que ha eliminado la democracia y masacra a los ciudadanos", a la vez que criticó a la comunidad internacional por su reacción tardía frente a la crisis política y social que vive el país vecino.
La pérdida de libertades individuales, la homogenización de las sociedades, la negación del pasado, las refundaciones y la creación de nuevos lenguajes son una constante en las novelas, de la literatura universal, que tienen como motivo principal la vida dentro de un régimen totalitario.
Un apreciado colega, que también escribe en EL COMERCIO, nos recordaba, hace no mucho, que el filósofo griego Platón decía que lo malo de las democracias es que “indefectiblemente se convierten en dictaduras”.
En las cortes europeas, allá por los siglos XVII y XVIII, época en la que regía la monarquía absoluta era común que los reyes extraviaran el sueño con solo pensar que muy cerca de ellos y bajo el austero hábito de un jesuita podía agazaparse un conspirador o un taimado regicida. La idea no era descabellada.
Un millón y medio de personas se manifestaron en París y más de dos millones en otras ciudades francesas para condenar el ataque terrorista a la revista satírica Charlie Hebdo, que dejó 12 muertos, y cinco más por el secuestro en un supermercado judío y el asesinato a un policía. Nadie ha dejado de condenar la barbarie criminal yihadista. Ni siquiera personajes públicos conocidos por su intolerancia ante la prensa crítica y el humor. Pero tampoco han faltado voces para señalar que las burlas irreverentes de los caricaturistas desencadenaron la tragedia. ¿No debieron abstenerse de herir los sentimientos religiosos de los fundamentalistas? Sin embargo, plantear así el problema solo lleva a optar por la tiranía del silencio, para utilizar el título de un libro de Flemming Rose, jefe de Internacional del diario danés Jaylands- Posten.