Un barco que perteneció al político Saddam Hussein, se encuentra abandonado y semihundido sobre un costado de un río del sur de Irak.
Las imágenes, que se ven movidas, muestran a un hombre de barba gris que permanece extrañamente indiferente a pesar de saber que está a punto de morir. Lleva un largo abrigo negro sobre una camisa blanca. Sus verdugos, que lo llevan atado, lo hacen subir por una escalera. Su rostro está casi inexpresivo cuando le colocan la soga alrededor del cuello y ajustan el nudo. En el video, que fue registrado por un celular, se escucha el rezo islámico y a continuación se ve cómo cae el cuerpo. El 30 de diciembre de 2006, al amanecer de un sábado, muere en la horca Saddam Hussein. "Era un hombre quebrado", dice más tarde el asesor de seguridad nacional de Iraq, Mowaffak al Rubaie. "Tenía miedo", describe.
El 18 de enero de 1991, centenares de fieles musulmanes congregados en la mezquita Ed Dwa, en el barrio Stalingrad, de París, elevaban sus plegarias de júbilo por Saddam Hussein. El lanzamiento de misiles a Israel era, para los seguidores del dictador, la respuesta esperada al ataque israelí sufrido por Iraq en días anteriores. Según contaba El País de Madrid en crónica del 19 de enero, “policías con metralletas y chalecos antibalas y agentes de los servicios secretos franceses vigilaban estrechamente la mezquita”. Nada nuevo: esta es la fuerza disuasiva visible cuando el fervor religioso se vuelve desorden callejero.
Raghad, una de las hijas del presidente iraquí Saddam Hussein, ejecutado en 2006, quiere publicar las memorias de su padre, afirmó este domingo su abogado en Ammán.