Es importante la continuidad de los programas y proyectos del actual Gobierno. Se han removido demasiados aspectos de nuestra vida en comunidad, la mayoría de extrema y positiva importancia y que nos toca a todos y cada uno de los ecuatorianos. Quizás por ello la ganancia de Alianza País es abrumadora. Sin embargo, como a muchos analistas políticos, me preocupa sobremanera la configuración de una Asamblea que no da lugar a ningún movimiento de oposición. Ninguno. La crítica, las observaciones y rectificaciones a tiempo, son imprescindibles en el ejercicio de la democracia, vengan de donde vengan. El poder omnímodo se torna ipso facto en dictadura. No es Correa ni es Ecuador, es un principio universal.
Como saben mis lectores, mi praxis está centrada alrededor del tema cultural y patrimonial. Es desde este escenario que hago un llamado fuerte para que estemos prestos a reaccionar frente a cualquier imposición, cualquier nueva ley que vaya en detrimento de nuestros intereses. Es imprescindible que los actores culturales -gestores, músicos, instaladores, escritores- nos reconozcamos como ciudadanos capaces de respuesta, capaces de proponer soluciones inteligentes, creativas. El arte, la filosofía, no son ni deben ser consideradas como “inútiles”, tienen un valor simbólico de altísimo nivel. Son útiles en tanto y cuanto pueden advertir, adelantarse a hechos y aspectos que muchas veces el común de los ciudadanos no ve, señalar nuevos caminos. “La imaginación es subversiva porque enfrenta lo posible con lo real”, dice el pensador Jan Svankmajer.
Debido a ello, el arte y la política es ahora una dupleta más que nunca necesaria, como lo fue durante las décadas de 1960 y 1980; como lo va siendo en esta última década en que muchos colectivos anónimos trabajan con y para la comunidad. Quito ha sido en este sentido, un escenario de primer orden. Colectivos como Al-Zurich o La Selecta llevan trabajando años para participar con la comunidad y llegar a consensos o disensos en torno a realidades vividas y en plena construcción. Faltan reacciones más decididas en torno a temas como la minería a cielo abierto y a gran escala; la contaminación de las fuentes de agua; la seguridad en la minería artesanal. En este tema en particular viene a mente una excepción, la obra “Cineraria” (2012) de Tomás Ochoa que se presentó en el Centro de Arte Contemporáneo, con resonancias del pasado; una obra de recuperación de archivo y crítica de los procesos mineros y las relaciones de poder a principios del siglo XX, pero que pueden ser actualizadas a la luz de los hechos actuales.
Las líneas de debate abiertas por este Gobierno son muy interesantes; habrá que ver si la retórica puede cristalizarse en prácticas de cambios profundos en donde todos seamos activos partícipes, gobernantes y gobernados.