'Ranking'

Ha causado conmoción la publicación de la categorización de las universidades como resultado de la evaluación realizada por el Consejo de Evaluación, Acreditación y Aseguramiento de la Calidad de la Educación Superior (Ceaaces). Sin duda existirán objeciones sobre la metodología utilizada y los estándares que se han tomado en cuenta para otorgar los respectivos puntajes pero, no cabe duda, se pone de manifiesto una realidad palpable que es la gran crisis por la que atraviesa la Universidad ecuatoriana, tanto las públicas como las del sector privado. Coincidentemente en estos últimos días, el Diario El Comercio de Lima publica un 'ranking' de las universidades latinoamericanas. En el mismo, entre los mejores 250 establecimientos de educación superior del subcontinente, apenas aparecen unas pocas del Ecuador. Diferentes habrán sido los parámetros para realizar estas evaluaciones. Lo que de lejos es evidente y es un llamado de atención del que no nos podemos abstraer, es que la Universidad latinoamericana en general se encuentra muy lejos de los estándares de las de países desarrollados, lo cual profundiza la brecha de conocimiento y tecnología colocándonos en una situación de desventaja ante los nuevos retos del mundo global.

La oferta académica, como ha sido tradicional, se encuentra divorciada de los requerimientos reales de nuestros países. Se sigue privilegiando los estudios tradicionales en desmedro de ampliar la oferta y promover el estudio de carreras técnicas, tan necesarias para la formación de personas con las habilidades y conocimientos para enfrentar desafíos. Seguimos formando profesionales que, al terminar sus estudios, no encuentran plazas de trabajo y que se frustran fácilmente porque lo que estudiaron no les facilita integrarse plenamente al mundo laboral.

Tampoco hemos podido dejar de lado esa práctica en que algunas de las universidades regentadas con dineros del Estado se convirtieron en generación de procesos políticos de determinada índole, postergando el conocimiento y el análisis de cara a la realidad. Muchas no pudieron escapar de convertirse en botín de grupos políticos, que las deterioraron y medraron de sus fondos para beneficio de grupo. La calidad académica quedó de lado, para simplemente dar paso a la formación de activistas que luego de haberse tomado los campos universitarios impartieron doctrinas que nada tenían que ver con el quehacer científico, sino con la mera difusión de propaganda.

De cualquier forma hay que volver los ojos hacia la Universidad. No se la puede abandonar, porque de ella dependerá la calidad de ciudadanos que tendremos en el futuro y, por ende, la suerte que le depare a nuestras sociedades. Hay que estar claros además que ningún estamento oficial podrá decir de forma inobjetable cuál universidad es buena y cuál no. Será la sociedad la que al final preferirá unas de otras, a sabiendas del resultado que tendrán en la formación de nuevos profesionales.

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