Con la posesión de los miembros del Consejo de Participación Ciudadana y Control Social se inicia otro ciclo.
El vicepresidente Otto Sonnenholzner habla de los últimos acontecimientos en la política nacional como las imágenes filtradas del presidente Lenín Moreno, la situación del asilo brindador por Ecuador a Julian Assange y el Acuerdo Nacional.
Mientras mis ojos leían el curioso comentario del expresidente Rodrigo Borja, sobre el origen histórico de la palabra ‘curuchupa’ (El Comercio /mayo 3/2015), recordé que la historia también relata que las guerrillas conservadoras que combatieron contra Eloy Alfaro en los campos de Chambo y Quimiag, en la provincia de Chimborazo, dieron origen a que un grupo de simpatizantes de esa tienda política se inspirara al calor de las narraciones y le pusieran letra y música a la canción El curuchupa, allá por el año 1896. Pero esta historia puede estar incompleta, ya que es de suponer que los liberales también deben haberse inspirado en el coraje y valentía del Viejo Luchador y que al calor de los tragos, guitarra en mano, deben haber cantado con frenesí, por lo menos la Mapa señora, que también tiene sus añitos de historia, cuya letra y alegre música es inolvidable para los viejitos de la tercera edad, como el suscrito que bordea las 85 primaveras.
Se aproxima la visita del papa Francisco y algunos temas inquietan, como por ejemplo el incidente entre el Presidente de la República y un joven en una céntrica calle de la ciudad. Hay un solo episodio, pero como todo en la vida hay dos versiones: la del Jefe del Estado y la de un muchacho mal educado que realizó supuestos gestos obscenos mientras pasaba la caravana presidencial.
Quien dijera que el humor hay que tomar muy en serio, seguramente no se imaginaba las dimensiones de seriedad que tendría Roberto Gómez, Chespirito. Ya para nadie es desconocido que logró algo que pocos pueden: sus frases han sido inmortalizados y de uso casi cotidiano en toda la lengua castellana.
Como en cualquier conflicto, las conflagraciones producen estragos. En la política sucede igual. Si los que disputan el poder se enfrascan en escaramuzas por alcanzar la simpatía de los votantes, en algún momento pueden infringir daños de consecuencias incalculables. En estos momentos, en la política nacional, quien ha resultado lesionada es la confianza. Los actores económicos miran con recelo cómo se adoptan decisiones empujadas por el fragor político. Se realizan aseveraciones e inculpaciones que retoman discursos que ya no tienen cabida en los tiempos modernos. Con ello, por más que los proyectos atenúen la intención inicial de las palabras, el daño está hecho. Por un lado, retorna la incertidumbre hacia los sectores económicos que sopesarán la incidencia que tendrán los humores oficiales sobre sus decisiones económicas, lo que les llevará a evaluar una y otra vez cualquier decisión, con el efecto nocivo que acarrea contra la inversión y el empleo; y, por otro, se mantiene en el am