Sin partidos

El sainete de las firmas de afiliación de partidos y movimientos políticos ha dejado malparados a todos. A los partidos, porque han dejado en evidencia que continúa la burla a la opinión pública, burla que concluye en proponer una cosa en campaña y hacer otra en el gobierno, pero que viene de antes pues no presentan como candidatos a sus afiliados o dirigentes sino a vanidosos y famosos de la farándula o tránsfugas que pasan de partido en partido; y ahora se ve que la burla empieza aun más atrás, desde la presentación de afiliados falsos que invalida su razón de ser.

También ha quedado malparado el Consejo Nacional Electoral porque tiene un sistema informático que será echado tardíamente a la basura y no encuentra manera de corregir sus propios errores. “No olvidaré esto en toda mi vida” contestó el Presidente del Organismo a un político cuando le dijo que debía renunciar. No quedó claro si se trataba de una amenaza o de tolerancia democrática.

Ha quedado malparado hasta el Presidente porque mete las manos en todo. En la Justicia, en las remesas de los migrantes y ahora, indirectamente, en el Consejo Electoral al que le da instrucciones, insinúa denuncias y le respalda, pero le quita autoridad.

Debemos aceptar que el origen de la denuncia, la forma sinuosa de proceder en el CNE y el discrimen a los movimientos y partidos involucrados, inducen a pensar que se trata de un golpe más a la inerme partidocracia que sigue expiando sus viejos pecados sin que se vea arrepentimiento y peor propósito de enmienda. En la partidocracia hay que incluir, por supuesto, a los movimientos políticos y, sobre todo a Alianza País porque allí están metidos los ejemplares más notables de la partidocracia, porque es parte de su estrategia el discurso contra la partidocracia, porque no puede lanzar la primera piedra si le han eliminado medio millón de firmas; teniendo en cuenta que cuando el partido está en el poder no necesita salir a buscar afiliados, ellos llegan solos.

El descrédito de los partidos sirve a los “outsiders”, que apelan directamente al pueblo, al margen de los partidos, para llegar al poder y a los caudillos que aborrecen cualquier tipo de organización y alimentan una imagen paternalista, protectora y mágica del poder.

No habrá democracia verdadera sin rehabilitar a los partidos a los que la ciudadanía les acusa de ineptos, corruptos y carentes de sensibilidad social. Entre los deberes de los partidos están el reclutamiento, la movilización, la presentación de programas sociales, la representación de los ciudadanos en la articulación de demandas y la fiscalización del gobierno. Cuando los partidos recuperen estas funciones tendrán de vuelta la confianza popular y tendremos de vuelta la democracia.

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