El 1 de septiembre fue otro de los días grises para las comunidades amazónicas, afectadas por las plagas de la irresponsabilidad, de la negligencia, de la politiquería, de la corrupción y de la impunidad. No bastó con que se juntaran la pandemia del covid 19 con el derrame de gran magnitud ocurrido el 7 de abril y del que aún se siguen sintiendo los estragos en las comunidades. Un derrame más. Una mancha más. Así se ha ido embarrando de crudo la historia amazónica de los últimos 40 años.
Eso que no sabemos si es verdad o mentira, invención u ocurrencia, si lo dice la ciencia o lo damos por cierto porque aparece en google o en youtube es lo que llaman la posverdad. Como dice Jorge Volpi, el escritor mexicano en Una novela criminal: “si la posverdad existe tendríamos que imaginarla no como el ámbito donde los poderosos mienten, y ni siquiera mienten de modo sistemático, sino aquel donde sus mentiras ya no incomodan a nadie y la distinción entre verdad y mentira se torna irrelevante”. En definitiva, solo sabemos que no sabemos ni siquiera sabemos si es verdad o mentira aquello que está frente a nuestros ojos o que sabíamos.
Plétóricos de alegría y optimismo se les escucha a los economistas del Gobierno y afines por la renegociación de los bonos de deuda que han logrado. Cinco años de gracia en el capital, dos años de gracia y rebaja en el interés de una parte de la enorme deuda nacional. Pletóricos porque habrá plata, dicen. ¡Clap, clap! Aplausos y felicitaciones. Porque así el país da muestras de ser maduro, también dicen; da muestras de cumplir con sus obligaciones, aseguran. Ecuador vuelve a ser fiable y a recuperar credibilidad a nivel internacional, replican. Con esa movida se mantendrá la dolarización, comentan. Porque así podrán endeudarse otra vez, un poco más y por otros 100 años. Porque así el dinero del FMI llegará como tabla de salvación a este país que parece un náufrago en medio de un mar embravecido. Y también llegará plata de China, ¡cómo no! (ojalá su crédito no sea a cambio de todos los mares y de todas las selvas).
Vamos a contar mentiras (otra vez): por el mar corren las liebres, por el monte las sardinas. Ahí va una: “con el objetivo de precautelar sus derechos ante la crisis sanitaria que vive el país provocada por el covid-19, la Secretaría de Derechos Humanos, que tiene entre sus competencias la protección de los Pueblos Indígenas en Aislamiento Voluntario (PIAV), dispuso no permitir el ingreso al Parque Nacional Yasuní, que cubre a la Zona Intangible Tagaeri Taromenane, para controlar el contagio en las comunidades amazónicas del Ecuador”.
No funciona. El sistema de salud colapsa… no hay paracetamol, ni ventiladores, ni oxímetros, ni mascarillas, ni trajes de bioseguridad, ni para los sueldos justos de los médicos y enfermeras. No hay lo elemental en los dispensarios y en los hospitales de provincias. Pero sí hay para robar, para pillos que se van en avionetas con reinas de belleza con la cabeza hueca y para toda clase de mafiosos que roban lo que pueden, con total impudicia y desvergüenza , mientras la gente muere en los hospitales, aunque se quiera disimular las cifras de la mortandad. Palanqueos, sobreprecios en cualquier compra, un sistema de compras públicas hecho para facilitar la trampa, el intermediario, el lobista, que se gana el 500 por ciento en cualquier venta. La corrupción está en niveles de asco y miseria. Robaron en el terremoto de 2016 y siguen robando ahora, en plena pandemia. Y parece que seguirán apareciendo mafias ladronas enquistadas en la política y cubiertas con el manto de la impunidad.
El 26 de mayo se instaló la audiencia del caso del derrame de petróleo ocurrido el 17 de abril. Las comunidades amazónicas, la Iglesia y una alianza de organizaciones de derechos humanos, frente al Estado, que está sentado en el banquillo de los acusados.
En el Laberinto de Creta, el de la mitología griega, Teseo logró salir luego de matar al Minotauro gracias al hilo que Ariadna iba desenrollando para guiarlo hasta la salida. En este laberinto en el que nos ha metido el coronavirus, no parece haber hilo en la madeja que ayude a encontrar ninguna salida. Al contrario, nadie tiene la punta del ovillo y cada uno jala un poco del hilo para su lado, cada uno tiene la razón, cada uno defiende su interés y, por supuesto, su bolsillo.
Que la naturaleza estaba respirando era la buena noticia de estos días de cuarentena, pero se rompieron las tuberías a la altura de San Rafael y se regó el vómito negro sobre la selva. El derrame ocurrió con el río crecido así que, cuando bajaron un poco las aguas, el petróleo se quedó empastado en las riberas afectando directamente a las comunidades kichwas que allí habitan.
Confiar. No queda más. Confiar en que, por una vez, el sentido común nos haga quedar en casa y ser solidarios; confiar en que vamos a obedecer las dos consignas que nos han dado: lavarnos las manos y no salir y que es eso lo que nos va a proteger.
La laguna del Edén, en el río Napo, está cubierta de lechuguines (Pistia). Edén Yuturi es uno de esos paraísos amazónicos del Yasuní que corre riesgo de desaparecer. La gente de la comunidad ya no sabe qué hacer para combatir esa plaga que ha cerrado la entrada a la laguna, una de las más bellas de la región. Su actividad de turismo comunitario está corriendo peligro: los turistas no pueden entrar al lodge ni disfrutar del paisaje. Los lechuguines lo cubren todo. Los peces han desaparecido: los lechuguines les tapan la luz y sin ella no pueden sobrevivir. La comunidad hace minga cada mes para intentar despejar el camino, mover las pesadas lechugas, machetearlas para que fluyan y se las lleve la corriente, en una tarea tan dura como inútil.
De tin Marín, de do Pingué, cúcara, mácara, títere fue, yo no fui, fue Teté… Así parece que se están llevando a cabo los recortes de personal en el Estado. Política de ajuste, dicen. Hacen listas y quienes las hacen, claro, están para guardar sus propios cargos. Entonces empiezan a soltar nombres sin tener muy claras las funciones de ese personal ni la razón por la que han sido contratados. Sí, hay que rebajar el obeso Estado pero, ¿hay un plan? ¿Qué hay de las complejas mallas de Senplades donde cada funcionario tenía bien especificadas las tareas que iba a cumplir? Si, como en los juegos de tándem, se mueven fichas, hay que estar preparados para que se derrumben las instituciones. ¿Hay un plan para evitar el colapso?
El Estado —sus funcionarios y sus instituciones— suelen lavarse las manos de responsabilidades que son suyas y lanzar la pelota fuera de la cancha en varias esferas de la vida nacional. Por eso no les gusta el performance que se volvió viral, también, en Ecuador. Porque “Un violador en tu camino”, de Las Tesis, señala al Estado opresor como el macho violador. Si la culpa no era mía ni donde estaba ni cómo vestía… ¿de quién es la culpa? ¿Han visto acaso cómo se re-victimiza a una mujer víctima de abuso en el sistema judicial? ¿Han visto cómo se anuncia que se va a quitar el presupuesto para cumplir lo estipulado para la ejecución de la Ley para Erradicar y Prevenir la Violencia Contra la Mujer sin que a nadie se le mueva un pelo? ¿Han sabido cuántas veces han estado a punto de cerrar las casas de acogida que hay en el país para proteger y ayudar a mujeres víctimas de la violencia por falta de presupuesto? ¿Saben cómo éstas subsisten? Por lo general… gracias al coraje y esfuerzo de otras
Con pompas, hurras y vivas llegó la noticia de la exportación de las primeras toneladas de oro extraídas de Fruta del Norte, la mina operada por la canadiense Lundin Gold. El proyecto registra una inversión total de USD 2 700 millones y, según dicen, tiene previsto producir 310 000 onzas troy de oro y 400 000 onzas troy de plata cada año.
“La rebelión indígena: los que durante siglos han ejercido violencia e injusticia contra los indios, hoy gritan escandalizados ante los hechos, afortunadamente escasos, de violencia” (EL COMERCIO, 18 de junio de 1990)..
Todavía hay confusión y dolor. Todavía hay que separar la paja del trigo para explicar lo que está pasando, los ganadores y perdedores de esta trifulca nacional. Todavía no hay palabras que expliquen la catarsis vivida en doce días de lucha, de solidaridad, de resistencia indígena, pero también de penosos enfrentamientos, brutal represión, gritos desesperados, golpes, llantos, muertos, heridos, encarcelados, desaparecidos, disparos, nubes de bombas lacrimógenas y explosiones, guerra de nervios, enervamiento general, agresividad, odio, resentimiento.
Como el perro mordiéndose la cola. Así está el país: que si tocamos fondo, que si nos hundimos como el Titanic de fines de los años noventa, que si estamos quebrados, que si se robaron todo, que si un préstamo para cubrir otro préstamo y luego, como respuesta, que si minería para salir a flote, que si petróleo como garantía, que si ninguna de las dos cosas.
Hace seis años narrábamos, en un libro, una matanza perpetrada en el corazón del Yasuní. Un grupo de guerreros waorani, cumpliendo una tradición de venganza, atacó una casa taromenani y se llevó a dos niñas. De ahí en adelante, el Estado se empeñó en tapar esas muertes, sus omisiones y la negligencia de los funcionarios, que es de lo que hablaba el libro cuya circulación se quiso evitar por orden de un juez. Ahora, el mismo día que los Yasunidos protestaban por su consulta ante el CNE, el Estado ecuatoriano sellaba su lavada de manos, disfrazada de sentencia “con aplicación de principios de interculturalidad”, sin que nadie diga ni pío.
¿Acabó ya el revanchismo nacional? ¿O vamos a seguir en las mismas, como perros mordiéndonos la cola, dando vueltas sobre el mismo eje, sin avanzar para ninguna parte? Ya llevamos dos años de este nuevo/viejo gobierno y la tónica es la misma: semana a semana un nuevo escándalo de corrupción porque ahí, donde se aplasta, de ahí mismo sale pus. Pero a eso se le añade la mala fe, las noticias falsas y la gana de fastidiar. Como resultado: el tedio más absoluto, la ninguna gana de discutir, la apatía general, la dificultad de poner argumentos sobre la mesa.
Desde los tiempos de la Colonia parece que vamos tropezando con la misma piedra una y otra vez. Una y otra vez. El Dorado, decían los conquistadores que llegaban a buscar oro. Sí. Oro. Igual que los mineros de Buenos Aires y que los gigantes de las empresas chinas o canadienses, el mismo oro que sale de las entrañas de la tierra y que irá a parar a las bóvedas de los bancos. Parece que no aprendemos nada de la historia. Repetimos la misma tontera una y otra vez. Una y otra vez. Falacias como esa de los “mendigos sentados sobre sacos de oro”, o sobre sacos de petróleo, igual da, son parte del discurso oficial. Falacias como esas de “entonces no uses carro ni uses celular”. Quienes van por la explotación de los recursos insisten en argumentos como esos, pero olvidan la historia de saqueo que ha sido la historia extractivista.
No solo es el Decreto 751 el que demuestra, una vez más, que el país carece de políticas de protección para los pueblos indígenas en aislamiento y que no le interesa en lo más mínimo. El decreto es una de las gotas que derraman el vaso de la desidia y el quemeimportismo estatal. Otra gota, la apelación del Ministerio del Ambiente a la demanda de los waorani de Pastaza a quienes, pruebas al canto, no se les consultó de manera libre e informada sobre la explotación petrolera en su territorio.