Esa vanidad traicionera que los hace imaginarse como buenos ciudadanos, como patriotas entregados. ¡Traicionera vanidad! Misma que les permite, como si nada, ofrecer casas gratis, seguridad asegurada, valga la redundancia, más y mejor transporte, un Metro más a lo largo y a lo ancho. Palabras promisorias en su mayor parte tramposas, cegando con tanta esperanzadora promesa que nuestro pueblo, iluso, se las cree. Vanidad egoísta que los lleva a pensar que cada uno, esos y esas caritas pintadas en plásticos arrugados colgando de postes y paredes afeando aún más la ciudad ya descuidada, abandonada a su suerte.
En la pantalla del celular se dibujó una sorprendente imagen: 911, llamada entrante. Pensé en un daño del celular o un llamado accidental al número correspondiente a emergencias de vida o muerte. Respondo. Un señor indica que quiere “verificar” y luego “escalar” para “corregir“ el caso que se presentó una semana antes cuando, milagrosamente el Servicio de Emergencias 911 respondió una llamada y llanamente, sin más, respondió que “no tenía ambulancias”. La emergencia, el llamado de una joven ante un guardia de seguridad herido con una gran punta de vidrio incrustada en el cuello, claramente en una arteria. Sencillo, el servicio de emergencias de Quito no cuenta con ambulancias para responder a las urgencias. Este, mi segundo caso idéntico en dos años y, conversando sobre el tema, casi todos tienen la misma respuesta: “Si el 911 responde, solicitan la cédula del paciente accidentado o inconsciente, su nombre, de qué enfermedades o alergias sufre, y millón preguntas más para informar que
Sus motores rugen, particular silbido que anuncia el paso de la gran masa sobre ruedas. No es uno, pueden ser dos o tres sobre el asfalto de la ciudad. No es simplemente una estructura metálica, es el transporte de seres humanos encerrados y sin control alguno, cuyos pensamientos no podemos adivinar. Buses de transporte público al servicio de la comunidad, pero sin responsabilidad alguna sobre la labor que desempeñan. Su deficiente servicio e incapacidad de cumplir la ley es ampliamente conocida y, desgraciadamente, aceptada hasta por la misma autoridad de tránsito, que se ha dado por vencida demostrando inoperancia. ¿Son cómplices? El silencio y la ceguera son convenientes, simplemente no tienen la capacidad de cumplir con su obligación. La AMT pierde y los transportistas ganan espacio anárquicamente.
¿Qué extraño sentimiento, pensamiento, práctica o ideología haría pensar a un ser humano que es superior a otro ser tan humano como él? Quizás el miedo a lo desconocido, a lo que no practicamos como común, el temor a resultar inferior. Somos, todos, hombres y mujeres con el mismo derecho a la vida, diferentes en edad, color de piel, la fe y nuestras costumbres culinarias, es decir, la cultura en la que nos criamos. Unos comemos llapingachos, otros, tortillas de maíz o arepas.
Así como los políticos, los choferes, con el permiso de la autoridad, se dan a la fuga si no están mortalmente heridos luego de poner un punto final a los sueños y esperanzas de decenas de hombres, mujeres, jóvenes y niños. No es sólo esta década pasada, ya era costumbre, reforzada hoy por la permisividad, por la vista gorda de las autoridades, por el flujo de dinero que corre como agua sin ninguna decencia. ¿La solución? Dejar la ceguera, la sordera, la inhabilidad de aplicar la ley, caiga quien caiga, en todo ámbito. Famosas palabras.
Es el momento de la responsabilidad abierta sin resquicios. Latinoamérica entera, sí, también el Ecuador, debe unirse a la tendencia, la democracia y los demócratas que existen en el continente. Defender a los demócratas en Venezuela y en Nicaragua y donde llegue la idea de convertir países paradisíacos y ricos, diversos y pacíficos, en naciones que matan a sus propias poblaciones por proteger su vanidad. No insultar más la inteligencia de sus pobladores quedándose callados o, peor aún, permitiendo que, de representantes de nuestro país, salgan frases que no sean un ataque a Chávez, Ortega y cualquier otro que se atreva a decir que busca la justicia social cuando lo único que practica es la injusticia pura y dura. Es hora de que nuestro país se sincere no sólo con sus propios habitantes y con los cientos de miles que buscan refugio en nuestros límites, sino fronteras para afuera, aunando esfuerzos con los otros demócratas que buscan la liberación de las fuerzas indomables de la ambició
Si gana la democracia, triunfa el pueblo. Ni la izquierda ni la derecha se lleva el trofeo. Al lograr el voto, se unifica la población, una sola que busca futuro, profese una u otra ideología. El candidato no se aferra a ese resultado positivo ni a su vanidad o grandeza, agradece la generosidad de quienes le otorgaron su aceptación, permitiéndole ser una fuerza para alcanzar sus sueños. La política decente no cambia ni se acomoda por conveniencia al momento, congraciándose con el número de votantes necesarios para llegar, hambrientos, al poder. La ideología verdadera no miente ni se desquita con aquellos que no votaron por su preferencia. El político justo agradece y llama a la fusión de todos para alcanzar la esperanza de un país pacífico y permitiendo la convivencia.
El reloj implacable. Un hombre yace inconsciente en el piso del restaurante. Se levantó y cayó en un solo movimiento. 9-1-1, el número al que se recurrió por la solución médica. Una tensa calma, preparada, por los simulacros de seguridad, deja un silencio expectante. Esa quietud es falsa. Contesta el número de emergencias, alivio generalizado, asumen que la solución está en camino. Ahí, la gran equivocación, el servicio de auxilio por el que todos pagamos con nuestros impuestos, así de simple, no funciona.
mcardenas@elcomercio.org Una década atrás, apareció una clase especial, entorno permisivo, válido sólo para los miembros de la nueva élite política que brotaba rodeada de privilegios y, aceptaba, sin cuestionarse, las acciones del que manejaba el poder a su antojo. No era para todos y todas, como se repetía, hasta convertirse en una rimbombante verdad de palabra, no de obra. Una realidad delimitada, para quienes abandonaron sus principios por una riqueza material, mientras quedaban en la pobreza espiritual, que hoy, los obliga a defender a muerte su perversa paralela verdad. A su vez, dado el nivel de la misión revolucionaria, se creó también una justicia especial, que, en estos 18 angustiosos días, actuó con desvergüenza, sin importar la desaparición de honestidad y transparencia, frente a los familiares y al pueblo que, también, los reclamará siempre.
Ecuador no termina de pasar otra vergüenza innombrable, los politiqueros, estrellas de la década que nos venció, jugando a perseguidos y persecutores. No se esclarecen aún los casos, acosan nuestra memoria con un escándalo tras de otro, todos sobrepasan los límites de la lógica y, como sabemos, aparecerán más, y los anteriores no se esclarecerán. Estamos en estado de soponcio, el tiempo pasa, olvidamos los primeros, desesperados por entender los nuevos episodios de una novela cuyos capítulos aumentan en dramatismo sin solución ni justicia aplicada en el futuro inmediato. La justicia no existe, así de simple, para los abusadores de un pueblo que cae en desesperación. Incrédulos, en estupor, vemos los sucesos. Hay casos por veintenas, hay los documentos que prueban, los encierran, los destituyen, comienzan juicios por doquier, van de juez en juez, cambian los juzgados, hasta ahí llegan las acciones.
La danza de los millones no tiene comienzo ni final, su ritmo infernal nos tiene en babia. Contados en millones, la tal revolución permitió que vuelen los dólares y la réplica, buscando su final, fue millones de sí. Contrarrestando la infame revolución de la que se habla en pasado, exceptuando unas pocas voces disonantes que, por su propia seguridad, desvergonzadas, insisten en que aún está viva.
Cuando más entendimiento y compromiso necesita Ecuador de sus ciudadanos, más desentendidos, aparentemente, ciegos, sordos y mudos. Su conveniencia alimenta su ambición, sea esta vanidad política o hambre de dinero, los malabares son múltiples a vista y paciencia de quienes los rodean, quienes ven y experimentan bajo sus narices esta mezquina actuación.
Una vez más, hay aires de cambio. Un paso para adelante, quizá dos. Habrá que ver si no continuamos bailando como el cangrejo, uno para adelante y dos para atrás. Hay aires frescos y nos deja expectantes. ¿Será que, en estos días, nos descuidamos, dedicando tiempo a la familia y a las festividades y, despertamos con una realidad diferente, de reciclajes no merecidos, de novedades judiciales inesperadas e incomprensibles?
La sumisión, permiso inconsciente que abre la puerta al abuso de un superior, un controlador, un poderoso, ante quien la seguridad personal se desmorona. Reacción inicial al miedo que paraliza. Gigante, aterrador, monstruo incontrolable que, con su sola presencia, distorsiona los principios, inclusive, confundiendo la moral y la ética, en quién sufre, repentinamente, aunque puede ser una constante, modificadora de su acción, aprisionando su voluntad, inteligencia y emociones. La mujer, por la cultura en la que vivimos, es especialmente susceptible, aunque los hombres lo sufran y no lo acepten, a este miedo que obliga a actuar de maneras insospechables, por mantener un trabajo o lograr una posición, sus esperanzas vivas, en definitiva, por sobrevivir en el ámbito personal o profesional.
Presuntos violadores, presuntos coimadores, presuntos corruptos o criminales de todo tipo que, encerrados, o en plena libertad, burlando la justicia con habilidad suprema, cuya defensa que no denota vergüenza, recorre las vitales arterias del país. Sospechosos de un largo listado de crímenes codificados, pero nada se les puede comprobar porque, los probables corruptores o criminales comunes, tienen sangre real, de la intocable, en un país donde la justicia es, también, solamente presunta justicia. La ilegalidad está atrapada entre la verdad y la supuesta verdad, dependiendo desde el contexto del cual se la aprecie. El conformismo se apodera por simple agotamiento, incredulidad y una serie de acontecimientos que prometen, pero, como ya es estándar, no cumplen.
Propusieron un paraíso verde. Promesas de grandes obras en raudales, diez años de ofrecimientos, pero tenemos carreteras. La promesa fue el paraíso, verde como el rico país, jamás imaginamos que, hasta las carreteras se pavimentarían con el color de los billetes, bien camuflados, que, con el desgaste del tiempo, aparecerían, tímidos pero seguros, mudos testigos de un pasado reciente que aún marca el presente. Ante las verdosas palabras de supuesta esperanza para todos, sin diferencia, la verdad se descubre por su propia fuerza. Falta el impulso final, que alcance la justicia justa. La que no diferencia los colores; obligatoriamente, liberando a los denunciantes, juzgando a los denunciados. Al pueblo, en tonos de verde y palabras jugosas, abusadoras de la dignidad humana, le inyectaron anestesia para curar sus males. Adormilaron sus ojos con videos promisorios. Ensordecieron sus oídos con repetitivas frases de un futuro que nunca llegó. La anestesia sigue fluyendo, amarrando sus pensami
Amanecimos un día, después de diez años perdidos, en una realidad paralela. Una alternativa a la realidad con la clara construcción de frases que pretenden llenar el espacio del escenario existente. Una metralleta de furia, disparatadas palabras que estiman estar en contexto, pero son clara demostración de una desesperación irracional, cuando, ante la expectativa del pueblo ecuatoriano, parecería que la justicia y la legalidad se apoderan del presente, dando fin a una era imaginaria. Llama impotente a la defensa de una revolución, que alocó las mentes de quienes vieron una amplia apertura para colmar sus esperanzas en medio de la desesperanza de un pueblo que creyó en promesas vacías, vanidosas, de grandeza.
Nada. Nada nuevo se dijo. Minutos que confiamos devolverían el rumbo de la historia, fueron nada. Expectantes, ante la prometida revolución que cambiara la ruta, que, como bien lo ha dicho él, cayera quien cayera, recuperara la década perdida. Despachó el informe económico, calmo, medido, serenísimo, ante la indispensable revisión, en teoría, camino de vuelta a la realidad. Había ofrecido hacerlo. Cumplió. Descubrió lo que ya sabíamos, que la situación del país es grave, atreviéndose, valiente, a negar lo asegurado, rompiendo con quien ya no está, el fantasma que tuitea con descaro y con quien lo suple en persona. Se enfrenta al pueblo y toda una red de ovejunos pensadores y sumisas defensoras del pasado que ya no es ni, permitiremos que vuelva a ser. Corre la cortina de humo a sabiendas de que hay los guerreros de a pie, quienes, cuidando sus espaldas, osan apoyar la debacle venezolana. Ecuador, es, sin duda, lo mencionó, la casa de todos, ¿De los principios y legalidad que se han esf
Corren aires de libertad. El clima se aloca. Las sumisas, agitadas, alardean que se está exagerando el concepto de democracia. ¿Se avecina una tormenta de revolución en la que la ciudadanía rompe con las cadenas del miedo? ¿Será que las camisas de fuerza explotan? Parecería que hay voluntad de transparentar, pequeñas rendijas de luz. ¿Serán estos actos esperanzadores un nuevo teatro, cuidadosamente montado, tanto así que, sin cámaras ni micrófonos, sánduches, colas y tanta bien entrenada camiseta verde para seguir el guión de los aplausos, nos asalten, sorpresivamente, aquellos obscuros sábados? ¿Se alejarán los ovejunos actos y pensamientos, tal cual el mandatario estaría prediciendo en sus tweets?
Un par de niños, uno frente al otro, envalentonados, deciden su grave dilema, quién paga los helados. Quietos, sus pies bien plantados, miden sus fuerzas. Una mano tras sus espaldas, la otra inquieta al frente, lista para actuar. ¡Piedra, papel o tijera! Resuenan sus voces y con movimiento relámpago, cada cual, a su antojo, saca la seña que cree será victoriosa, venciendo al contrincante. La piedra vence a la tijera, por dura, poco maleable, por ser rígida. Problema resuelto, el de la piedra ganó la apuesta y comerá helados gratis. Sencillo, solucionan así sus problemas, la justicia es justicia, clara, transparente, equitativa. En definitiva, justicia, sin más. Esto es entre niños, pero no aplica entre adultos, menos, cuando son políticos, peor, si representan a Ecuador y electos por el pueblo. Inadmisible.