Hoy, 28 de enero del 2017, se cumplen 104 años de la muerte del expresidente del Ecuador y líder de la Revolución Liberal, Eloy Alfaro Delgado. Para conmemorarla, miembros de la logia masónica ‘Voltaire No. 6’ se reunieron en el monumento de la Hoguera Bárbara, en el parque del Ejido, en el centro norte de Quito.
Primero fue el culto a Alfaro, padre del Estado laico. Luego vino el endiosamiento del Che Guevara, ateo y marxista de armas tomar. Ahora es de buen ver que uno exhiba sus raíces curuchupas y se tome fotos con el Papa. O, por lo menos, se identifique con él.
En esta época no escuchar las palabras de los papas sería vivir en el mundo, pero no entenderlo. Muchas de las obras y ejecutorias impulsadas por Juan Pablo II cambiaron el planeta y concepciones políticas. Logró que dictaduras se derrumben. A Pablo VI le tocó dirigir la Iglesia en un momento en el cual los feligreses estaban acoplándose a los revolucionarios cambios en la liturgia implantados por su antecesor el Papa Bueno, hoy San Juan XXIII.
Además de la confusión entre “derechos” y “valores”, he visto otras más respecto de laicismo, libertad de conciencia y capacidad de elección. La confusión es grave porque puede conducir a conclusiones según las cuales el poder estaría en capacidad de zanjar las disputas morales de los ciudadanos. Ese es el tema que está en el trasfondo de la discusión que, lamentablemente, no ha trascendido de los “cánones” confesionales e ideológicos.
En plena campaña de las elecciones departamentales francesas, donde los sondeos auguran una victoria al ultraderechista Frente Nacional (FN), la convivencia interreligiosa vuelve a generar debate porque un pueblo ha decidido eliminar los menús sin cerdo de los comedores escolares.
No se le ocurra tener puro placer en la cama. Es irresponsable. Antes Correa defendió el laicismo y, en diferencia con el Vaticano, los medios anticonceptivos; lo saludamos. Pero sirvió para promover ritos católicos como acción de gobierno, por ejemplo. Un contraste con su discurso inicial.
El “Plan Nacional de Fortalecimiento de la Familia”, que reemplaza al programa de prevención del embarazo adolescente, ha sido elaborado -en mi opinión- en clara contradicción con una de las características centrales del Estado ecuatoriano: su carácter laico. En las primeras páginas del Plan se incluye una particular descripción de lo que sus autores entienden por estado laico: “...es aquel que no ampara una religión como oficial, pero tampoco la niega y menos aún se opone. Reconoce la religión como una dimensión del hombre y de la cultura. De esta manera, el estado laico es distinto al estado laicista (el estado laicista excluye toda religión y, en algunos casos, se opone a ella. Es decir, el estado laicista es totalmente diferente al estado laico) y al estado confesional (el cual hace suya, oficialmente, una confesión religiosa”. Una definición hecha a la medida de quien considera que sus creencias personales y su religiosidad son el canon para la vida de todas las personas. La conce
Los atentados en París han puesto a prueba el modelo social francés de convivencia, basado en el laicismo y en el ideal republicano de integración de todos los ciudadanos, cualquiera sea su origen, sin aislarlos en comunidades.
El fanatismo religioso y el terrorismo que reivindica sus “valores” están metidos en el corazón de Europa, en el corazón de Francia, país insignia del liberalismo y del laicismo como actitud social y propuesta política.
Pensando en el Estado laico, deseo decir una palabra, convencido como estoy de que son muchos los que, por el peso de las ideologías, los intereses o la simple pereza mental, andan medio despistados.