Hace casi 96 años, un geólogo con pasaporte estadounidense recorría el Oriente ecuatoriano, tomando medidas, calculando altitudes o precisando ubicaciones de distintos rasgos morfológicos de una zona verde e inhóspita, donde desde hace siglos los hombres blancos vienen poniendo en escena, de distintas maneras, su necesidad de encontrar El Dorado; el que sea. Hoy, su apellido forma parte de un proyecto emblemático del Ecuador de los últimos 10 años: el Coca-Codo-Sinclair, símbolo indiscutible de un nuevo Dorado, que promete sacarnos del anterior.