Santo Domingo, AFP
Aguena Mondesí llegó desesperada a la sala de urgencias de un hospital en Santo Domingo, abarrotada por cientos de heridos en el devastador sismo que sacudió Haití, buscando noticias de sus familiares, presuntamente ingresados hace horas en ese centro asistencial.
“He perdido el rastro de 14 parientes, incluida mi madre, Dasina. No sé nada de ninguno de ellos, no aguanto más y me la paso llorando”, confiesa esta joven haitiana que vive ilegalmente en República Dominicana.
“Me contaron que la casa de mi familia quedó inclinada y que en sus destrozos no se veía ningún cadáver o herido”, agrega.
Mientras Aguena continúa su búsqueda, entra a la sala un paciente, Nandez Emil, aún impactado por haber sobrevivido al sismo. Según cuenta una pared le cayó encima y quedó atrapado 48 horas. Unos familiares lograron rescatarlo y llevarlo hasta República Dominicana días después.
“No sabía qué hacer, pensé que iba a morir”, balbucea desde la colchoneta donde yace, esperando su turno.
Por los pasillos se puede ver a Marilin Gerard, también paciente, recorriendo cama por cama. No es médico, pero ha sido una bendición para muchos que no pueden comunicarse por no hablar español. Desde que empezaron a llegar los primeros pacientes ha servido de intérprete en francés y creole.
Al hospital traumatológico Darío Contreras de Santo Domingo han ingresado desde el miércoles más de 100 pacientes. El escenario es similar en otros centros asistenciales del país, pero principalmente en la población fronteriza de Jimaní, donde entran y salen heridos cada minuto.
Un quejido retumba entre las camillas copadas por los cientos de haitianos que llegan diariamente a los hospitales dominicanos, la mayoría con fracturas en piernas y brazos pero también en zonas más delicadas, como el cráneo.
“Lo que más me ha marcado es que tuve que, personalmente, amputar el miembro inferior derecho de una niña de dos años que llegó al hospital sin familia”, narra afectado a la prensa uno de los médicos de este centro asistencial.
Al igual que en Haití, aquí las amputaciones se han vuelto una rutina, explica el galeno, que recuerda que en una noche tuvieron que hacer unas 40 por la gravedad de las heridas. “Por lo menos aquí las estamos haciendo con anestesia y conservando la dignidad del paciente”, se consuela.