Haití

Regreso de Haití. He viajado como presidente de Cáritas Ecuador para entregar 125 casas, dos salones comunales, una capilla... Y vuelvo con la conciencia tranquila y el corazón vapuleado en medio de tanto desastre. Han pasado casi dos años desde que el terremoto asoló la isla, especialmente Puerto Príncipe y las secuelas siguen ahí, tercas y evidentes: más de medio millón de personas viven todavía en carpas, sin agua , luz, ni servicios básicos, pendientes de lo que cada día se reparte...

Tras el terremoto, que dejó un saldo terrible de destrucción y de muerte (perecieron más de 300 000 personas) todas las Cáritas del mundo e infinitas personas, organizaciones y gobiernos se movilizaron creando una corriente de solidaridad impresionante. Cáritas Ecuador hizo su colecta extraordinaria (la mayor colecta realizada en nuestro país) y salieron dos millones de dólares. En un primer momento enviamos alimentos por valor de 300 000 dólares. Entremedias hubo que hacer lo mismo con nuestros hermanos chilenos. Fueron 100 000 dólares también en alimentos. Con el 1 600 000 dólares restantes hicimos, de acuerdo con Cáritas Haití, un programa habitacional en las zonas rurales de Duval y Jacmel. Las casas son dignísimas, bien hechas y responden a las necesidades de familias pobres, a las que se le cayó al piso la casa y la esperanza. Hoy, su alegría y su gratitud son nuestro mejor premio.

He vuelto con el corazón dolorido por la visión del desastre. El terremoto ha dejado en evidencia y acentuado los problemas endémicos de un país que parece condenado a vivir en el caos. Pero, en medio de las basuras, de los mil cascotes, de los desencuentros políticos, de la corrupción y especulación de los pillos, brillan como fogonazos de esperanza esos restos de solidaridad y de compasión que nos recuerdan el valor y la dignidad de aún medio de grandes tragedias.

Me he sentido orgulloso de pertenecer a una Iglesia capaz de anunciar la presencia de un Dios cercano al dolor humano, capaz de complicarse la vida a favor de los pobres, capaz de amar la justicia más que la propia vida. Nuestra inversión (posiblemente una gota en medio del Caribe) no fue el resultado de una iniciativa extraordinaria... Más bien responde a la constante sensibilidad de miles y miles de personas sencillas, fieles, amorosas, capaces de oír la Palabra de Dios y el clamor de su pueblo.

Mientras seamos capaces de trabajar por un mundo justo, equitativo e incluyente, de ejercer la solidaridad y de sentir la compasión, estaremos salvados.

Al final de uno de los actos de entrega de las casas, se acercó al micrófono una pobre mujer. Me miró a los ojos y me dijo: “Gracias por la casita, gracias por la dignidad”. En el vuelo de regreso, sobrevolando los rascacielos de Panamá, allí donde el mundo de los negocios tiene su ombligo, recordaba el rostro de la anciana. También yo dije lo mismo, pensando en todas las personas que nos han ayudado: “Gracias por las casitas... Gracias por la dignidad”.

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