Se despidió del oscuro rincón que llamaba habitación, un espacio desordenado y húmedo, de tétricas paredes. La menuda figura de Génesis se escabullía por los escondrijos de su vieja casa, que abandonó hace algunas semanas para recibir tratamiento en un hospital público y luego en un centro especializado.
La imagen de dos sombras en la puerta de su casa no se borra de su mente. Al acercarse descubrió un rostro envejecido y otro de un joven delgado. Los desconocidos emanaban un fuerte olor, como de hierba quemada. Era el mismo olor que había percibido en la habitación de su hijo de 16 años.